Mi Manuel

- 69 - Ese año me tocaron de vecinas Antolina Sot omayor y María Luisa Mendívil; dos temperamentos distin tos, ambas buenas compañeras mías. En un colegio de internas juega gran pap el la carpeta de cada alumna en la clase, siendo el receptácu lo de cuanto le gus- ta a su dueña, pudiéndose juzgar por ella s u carácter y sus afi- ciones·. La carpeta de Antolina era un verdadero altar donde la imagen de su dueña se reflejaba cuando l a abría, en un gran espejo colocado en el centro. Al lado de lo s libros estaban los dij es del arte de embellecer: lima para las u ñas, caja de polvos, pomos de olor, peinetas y sobre todo un f rasco de mandolina especie de goma perfumada que se ponía ell a en el pelo para ha- cerse oes en la frente y llamaban "accroche-coeursi' '. Entre ca- da clase, con el pretexto de guardar y sacar un nuevo libro, echaba una oj eadita al espejo y un pequeño retoque al objeto de su adoración que era su propia persona, a la que vivía con- sagrada a contemplar. Hay que reconocer que lo merecía la linda m uchacha quien en ese continuo cuidado de su persona pare cía salir de una caja de perfumería o formar parte del escaparat e de un "beauty sa- lon", siendo su peor defecto admirarse tant o. Además se lo re- petían todas, desde las mismas maestras ha sta sus compañeras aun con sus críticas de envidia, reconociénd ola como la más bo- nita del colegio. Mi otra vecina María Luisa Mendívil no s e consagraba a igual egolatría y en su carpeta había colocado santamente, u na imagen del "Sagrado Corazón", dominando su pila de libros. La mía era un conjunto de cuanto puede entretener a su dueño en lugar de estudiar: Cajas de pluma s, lápices de colores, pinturas y pinceles para iluminar las esta mpas de mis libros que desaparecían debajo de esas cosas y ten ían para mí mucha más importancia. Todavía no se había inventado el estilógrafo en ese tiempo, pero yo más o menos lo había ideado, fabri cando "plumas má- gicas". Esta invención mía consistía en h acer goma espesa a la que añadía polvos de anilina morada, lueg o le echaba una gota en la parte cóncava de cada pluma, deján dola secar. Después para usarla se mojaba simplemente en agu a y escribía indefi- nidamente, sin tener que usar la tinta de la clase, que era pési-

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