Mi Manuel

- 68 - nunciar a esas prácticas de penitencia que ponían en peligro su salud. Vanas fueron sus palabras: Cristina no quiso ceder a sus consejos ni a sus ruegos de cariño. Un día en pleno almuerzo, como su hermana rechazase de nuevo la comida familiar y reclamase la col cocida en agua y sin aderezo, que mañana y tarde le servía de único sustento, el hermano en un gesto de rabia impotente ante la terquedad de Cristina, volcó sobre el mantel su propio plato, arrojó con vio- lencia la servilleta y abandonó la mesa. Sorprendidos quedaron todos .del impulsivo arranque de quien habitualmente era tan tranquilo y moderado. La única reacción de la penitente fué llorar y la. de la familia simpatizar con ella. Convencido entonces Manuel, de la inutilidad de sus cariñosos esfuerzos, se abstuvo en lo sucesivo de toda interven- ción dejando que las cosas siguiesen su curso. Cuando iba yo a visitar a mis amigas y me referían esta pe- nosa situación, palpaba yo esa tristeza en el ambiente familiar: enlutadas, descorazonadas, ninguna de nosotras se atrevía casi a levantar la voz, temiendo turbar ese silencio conventual que nos rodeaba y nos quitaba hasta las ganas de hablar. Fué un bien para mi amiga que terminasen las vacaciones y regresara al colegio, donde a pesar de los contratiempos de la vida, reinaba siempre la eterna alegría de la juventud. Poco tiempo después de la muerte de don Domingo Mendo- za, procedieron a nombrar nuevos tutores a mis amigas las ni- ñas Antadillas. Ellas pidieron que lo fuese el tío Manuel; él di- j o no poder aceptar por estar casi siempre ausente de Lima; en realidad, fué por tener como norma de conducta, no querer mm- ca manejar intereses aj enos, según me lo dij o él mismo, más tarde. Entonces fué nombrado el tío Francisco junto con la tía Isabel a reemplazar a don Domingo y Cristina. Al volver a Belén entramos Margarita y yo a la primera cla- se, volviéndonos a juntar con nuestras antiguas condiscípulas faltando varias de ellas: Unas muertas en el transcurso de esos dos años; otras por no seguir sus estudios. Así se va siempre desgranando año tras año la mazorca de la vida, formándose por si sola una selección en la que se estre- chan más los lazos de compañerismo entre la.s que quedan.

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