Mi Manuel

- 67 - exaltado misticismo en que vivían ella y su hermana Isabel des- pués de un retiro hecho, años antes en el Barranco, bajo la di~ _rección y prédica del cura del lugar, el señor Manuel de la Fuen- te Chávez, confesor de ambas·. Un gran cambio se había operado en las dos hermanas des- · de entonces, manifestando completo desapego por la vida so- cial, a pesar de los ruegos y sabios consejos de "la mamá Cha- belita" a quien desagradó mucho: -"No auguro nada bueno repetía, de ese repentino cambio de mis nietas" ... Yo no conocí a la abuelita, madre de doña Pepa; había muerto años antes de mi llegada a Lima, oyéndola sólo recordar por todos, con extremo cariño. Sabiamente procedía la anciana señora al reconvenirlas; verdad que Isabel, siendo soltera, pues nunca quiso aceptar ca- sarse, era libre de dirigir su vida; pero Cristina no tenía el de- recho de proceder así a expensas de su marido, que tanto la que- ría; muy jóvenes se habían casado: ella, de 16 años, él, apenas de 20, antes de recibirse de abogado. Nombrado Vocal de la Corte Superior pocos años después y gracias al alto rango que ocupaba su familia en Lima, tenía deberes que cumplir ante esa situación que se había formado, le rogaba a Cristina lo acompañara en llenar esas acostumbra- das obligaciones sociales a que ambos estaban ligados conjun- tamente. El, nada pudo obtener de la obstinada resolución a la que ella estaba resuelta, acabando por conformarse en compar- tir santamente con Dios, el cariño de su esposa: Amor muy es- piritual por supuesto, pero algo extraviado dadas sus propor- ciones. Desde entonces don Domingo, tuvo que ir solo a esas fi es- tas donde antes lo acompañaba Cristina, negándose a poner los elegantes vestidos que él le encargaba a París, contentándose con admirarlos y obsequiarlos a amigas menos afortunadas, go- zando únicamente con el placer que les proporcionaba a ellas. Ya viuda, redobló su fervor místico, dándose por completo a la bcq,titud, concentrando todas sus energías en ser "toda de Dios". Esa religiosidad exagerada había sublevado siempre a su hermano Manuel, cuyas ideas eran tan distintas; pero estando vivo el marido, nunca se había permitido intervenir; ahora, viu- da ella, juzgó oportuno hacerle comprender la necesidad de re-

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