Mi Manuel
- 66 - era ir a misa todas las mañanas muy temprano, acompañando a la mamá Pepa a la Merced, iglesia de su predilecta devoción donde tenía a su cargo un altar; el primero a la derecha al en~ trar. Inútil es decir todo el esmero con que lo cuidaba la devota señora; todo era poco para lucir y exteriorizar su religiosidad: desde los ricos encajes heredados de las abuelas, transforma- dos en manteles y corporales, como todos los demás objetos de oro y plata, indispensables para ofrecer el santo sacrificio de la misa y adornar regiamente el altar. Sabido es lo bien que saben los santos padres fomentar la vanidad de sus devotos pu- dientes, aprovechándola para la mayor gloria de Dios ... Mientras tanto seguía muy mal el papá Mendoza, declaran- do los médicos que tenía un tumor en el hígado y ser impres- cindible una operación. El doctor don Lino Alarco, el mejor cirujano en ese tiempo, el de más fama en saber retazar la po- bre carne humana fué llamado. La operación fué hecha con to- do éxito; pero el enfermo seguía quejándose de un dolor en el hombro, según me decía Julia con mucha pena: -"Me da muy mala espina". . . · Realmente no seguía bien y aconsejados por los médicos re- solvieron hacer un viaje a Chile. -"Mucho les distraerá y acen- tará el cambio de aire", repetían todos y partieron los dos espo- sos, acompañados de los mejores votos de sus dos familias. Sin embargo al ll egar a Chile no m ejoró el enfermo, por el contrario empeoró hasta que murió. A la pobre Cristina le atendieron mucho los diversos peruanos distinguidos residentes en Chile en ese tiempo y la acompañaron hasta a bordo, tra- yendo los restos de su marido. Avisadas las familias ele Lima, su hermano Manuel tomó el primer vapor que partía para Chile; pero con tan mala suerte que los dos hermanos se cruzaron en el camino y al llegar a Valparaíso Manuel no tuvo más que volverse a embarcar para regresar al Perú. De todo esto me informaron mis amigas cuando las fuí a ver para darles el pésame, encontrando la casa sumida en esa lúgubre semi-oscuridad que acostumbran en Lima para exte- riorizar su duelo. Muy apenadas estaban mis amigas con la desaparición del que fué para ellas un segundo padre. La mamá Cristina llegó de Chile deshecha por la pena y se encerró sin querer ver a nadie. Más que nunca se entregó al
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