Mi Manuel
- 65 - quitarle la tentación de comer la rica dieta, agregaba, es a mi a quien se la van a servir" ... Uniendo el hecho al dicho, se hacía traer el almuerzo del enfermo y lo engullía todo la buena señora, en presencia del niño Panchito que la contemplaba con la boca abierta y el es- tómago vacío ... Esta misma escena se repitió varias veces, hasta que un día, colmada la paciencia del enfermo dió un puñetazo en la mesa y exclamó: -"¡Quisiera tener u,n cañón de a mil!" ... -"¿Pa- ra qué, mi niño Panchito? preguntó la señora, la boca aun llena de una tierna pechuga de pollo. -"¡Para reventárselo a usted en la cara, so vieja! ... " agregó en un arranque de hambre con- tenido, estallando al fin, como el mismo cañón con que la ame- nazaba. Desde ese día no volvió más la señora curandera; pero días antes se había hecho obsequiar un rico marco de plata "pa- ra su San Antonio", que según ella "sólo esperaba eso", para hacer el milagro de sanar a Francisco. Yo me quedaba atónita al oírle estos detalles a Margarita, no sabiendo qué era más de admirar, si la credulidad del uno o la sacrona maña de la otra. La mamá Cristina había tenido que suspender sus visitas de caridad en las que compartía su tiempo, para dedicarse entera- mente a cuidar a su marido enfermo desde algunas semanas. La tía Isabel continuaba su triste labor al lado de sus .mori- bundas enfermas, viniendo muy tarde a comer, casi siempre cuando todos habían acabado. El tío Manuel en la hacienda; dando sus brincos hasta Li- ma, regresando a los pocos días. Varias veces lo habíamos en- contrado por la calle y yo se lo había presentado a mi papá, parándose siempre a conversar con nosotros. Lo que más me extrañaba era verle poner mucha atención a todo lo que yo ha- blaba, pues generalmente las personas mayores me trataban to- davía como a una chiquilla. Esto halagaba mi vanidad, sobre todo ante mi papá que tenía las mismas tendencias que los de- más. Al regresar a su casa contaba haberme encontrado y cuan- do Margarita me lo repetía, yo sentía subírseme los colores a la cara, envanecida de la importancia que parecía darme. Pero este medio tan devoto resultaba muy monótono para mis ami- gas y me rogaban las fuese a visitar a menudo. Su única salida
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