Mi Manuel

- 64- manas. Poco veía a los demás miembros de la familia, ausentes u ocupadas en sus diferentes quehaceres. Sólo la mamá Pepa salía a veces a conversar conmigo, ha.. blándome de Arequipa donde había nacido ella y sus dos mayo- res hijos Francisco y Cristina. El tío Francisco .seguía algo enfermo del estómago desde su regreso de Europa .y el Dr. Odriozola, médico de la familia, le había dicho que aun tardaría mucho en sanar. El, muy aburrido, después de consultar otros médicos se había entrega- do a manos de una curandera, la señora Alfara, célebre en ese tiempo entre cierto círculo de personas, que pretendían "saber ella curar esa clase de achaques, mejor que todos los médicos juntos" ... Por supuesto sus servicios eran gratuitos, no expo- niéndose la sabida señora, a ser perseguida por "ejercicio ilegal de la medicina". Todo pasaba amigablemente entre ella y el "ni- ño Panchito" como cariñosamente lo llamaba; tanto las visitas diarias como los brevaj es medicinales, confeccionados según la farmacopea casera, fruto de su vieja experiencia. Sin embargo ninguna mejoría se dejaba sentir, aun des- pués de varias semanas de tratamiento. El tío Francisco aunque muy devoto, no poseía la virtud de la paciencia; por el contra- rio, con sus males y la consiguiente dieta impuesta, se le agria- ba cada día más el carácter, reclamando le diesen de comer. Margarita me contaba estas cosas casi en secreto, sufrien- do ella misma, como buena sobrina, de que no acabara de sa- nar. Muy difícil se le hacía a la señora Alfara tranquilizar a su enfermo, hasta que se le ocurrió hacerle la promesa de per- mitirle comer al otro día y para hacerle más palpable la ilusión, cada vez antes de irse le dejaba una lista del menú que debe- rían darle; pero con la orden terminante de que no comiese an- tes de su llegada. Entonces empezaron a prepararle con mucho entusiasmo, los ricos y sustanciosos bocados, interviniendo las más veces hasta la misma señora Pepa, con todo su cariño de madre. Muy puntual al otro día, a la hora del almuerzo, llegaba la señora Alfaro; calándose las antiparras en la nariz, empezaba a examinar al enfermo: la boca contraída, las cejas arrugadas, tomando tono doctoral adecuado a las circunstancias declaraba entonces, que el estado del enfermo "no era satisfactorio y para

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