Mi Manuel

- 61- do llegábamos a la esquina de Ortiz, se sentaba sobre sus patas traseras, sin querer dar un paso más adelante: Jamás quiso vol- ver a pisar la casa de la cruel y veleidosa señora, su primitiva dueña. Ya se acercaba la fecha del regreso al '¡redil" y el sólo pen- sarlo amargaba mis últimos días de libertad. Sin embargo, me fué menos pesado que ia primera vez, teniendo la seguridad de encontrar a Margarita que también regresaba ese mismo día al colegio. Entramos en la segunda clase, volviéndonos a juntar con nuestras compañeras del año anterior. La momentánea separa- ción no había apagado nuestros antiguos rencores; por el con- trario, habíamos adquirido nuevos bríos, listas a continuar nuestras viejas luchas. En vano Margarita me quería calmar; yo no podía que- darme callada al oír ciertos insultos a mi país, considerándolo una cobardía soportarlos, aún al precio de mi tranquilidad. Con mucho a.seo y escupiendo en el suelo, en señal de desprecio me repetían: "¡Franchuta come rata!". Yo no había estado en París durante el sitio; pero me parecía injusto y canallesco reprochar a mis paisanos, haber resistido valerosamente al ataque del ene- migo invasor. ¡Ojalá hubiéramos podido entrar nosotros a Pa- rís, aun al precio de sufrir sus mismas privaciones, con tal que no hubiesen muerto mi mamá y mi hermana!. Hoy mismo recor9ando esas querellas, creo que tuve razón al enfrentarme a ellas. Ojalá hubiesen imitado a los franceses "ciertas" naciones que después fueron asaltadas ... Mi única defensa era tratarlas de "salvajes" englobando en esa palabra la inconsciente injusticia de todas ellas y la despre- ciativa lástima que me inspiraban. Habían otras niñas francesas en el colegio a quienes pro- pinaban lo.s mismos insultos que a mí y nunca las oí protestar; me parecían no tener sangre en las venas o no sentir el aguijón que me hería, igual como el caballo de raza, brinca apenas le toca la espuela del jinete. En esas disputas yo me sentía moralmente unida a las mon- jas francesas; ellas no intervenían, sin duda por espíritu de prudencia religiosa; pero yo leía en sus ojos su muda apro- bación. ·

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