Mi Manuel

- 60- ¿qué les importa.ha a los muchachos, ponérselo también a un perro?. Todos lo mimaban por sabido y juguetón y cuando la se- ñora con su caracterizada amabilidad, recibía sus visitas en el salón, vestida con esas lindas batas bordadas que entonces se usaban, el sitio preferido del perrito engreído, era la larga cola de su ama; allí muellemente enroscado se sentía protector y protegido a la vez. Entre sus visitantes, la señora se enorgullecía de contar a su vecino y amigo el General don Luis La Puerta, "El General Piedrecitas", le decía el Mariscal Castilla, en su pícara manía de poner apodos. Este se lo merecía por su afición a las alhajas , especialmen- te por su valiosa colección de tabaqueras, de las que llevaba siempre una en el bolsillo que cambiaba cada día y hacía ad- mirar a sus amigos con el fingido pretexto de ofrecerles rapé. Además de sus célebres "piedrecitas" poseía una llama co- mo la que figura en el escudo de Armas, del Perú y acostum- braba llevarla en su coche, a pasear por las calles de Lima. Muy popular y simpático se hacía el maniático General, cuando se veía pasar, asomado por la portezuela el largo pescuezo y la fina cabeza de la llama, con sus grandes ojos curiosos y escu- driñadores. A mí me encantaba por su originalidad. También poseía unos perritos falderos de pura raza en que basaba su vanidad de aficionado. Al visitar a su amiga la s.eñora Laurie le llamó la atención el inf.eliz "Minet" y le reprochó a su ama "tener un perro tan chusco, siendo ella tan refinada". Esto hirió profundamente a la señora y desde ese día quiso excluir al perrito de su sitio acostumbrado. La misma tenacidad del animal en querer con- servar la prerogativa adquirida, acabó de traerle la antipatía de su ama; hasta que un día muy irritada, le oí dar a su mayor- domo la orden de "irlo a tirar al río". Yo aterrada, ante tan ne- fasta sentencia, rogué a la señora esperase la llegada de mi papá, antes de hacerla ejecutar, segura de que él le tendría lás- tima y lo salvaría. Efectivamente, llegó y pidió me lo diesen. Desde ese día fué mío el perrito; con mucho "a propos" mi papá lo llamó: "Des- precio", en recuerdo del desdén de que había sido víctima. Fué nuestro fiel amigo, a todas partes nos acompañaba; pero cua:u-

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