Mi Manuel
- 54- quirirían esa. amplitud fantástica, al pasar por el fértil cerebro de mi querida madrina, que tanto lo admiraba. También me hablaba de su tío Manuel muy dedicado a la lectura y a la poesía, trabajando ahora en la hacienda. No eran tan mirobolantes las historias que de él me refería; sin duda por no conocer más que el prosaico terruño nativo, del que no había salido nunca. De la hija menor, la tía Isabel, que iba todos los días a misa muy temprano y pasaba todo el resto de su tiempo en asis- tir a las enfermas del hospital de Santa Ana, ayudándoles a bien morir. . . Triste faena por cierto, y se me helaba el corazón al oírla, pensando en la deprimente atmósfera en que pasaba su vida. La mamá Cristina y el papá Domingo ocupaban el primer lugar en el corazón de los cinco huérfanos, queriéndolos ellos a su vez, como a verdaderos hijos. En verano la familia iba todos los años a Chorrillos; allí se les reunían los hermanos de don Domingo, la señora Catalina y don Manuel Mendoza, pasan_do juntos agradables días, duran- te la temporada de baños. En fin, sabía que en Lima vivían en la calle de la Merced N 9 240 y a cada salida Margarita me ro- gaba que la fuera a ver. Apacibles, seguían transcurriendo estos últimos meses del año en Belén; mi hermano había regresado de Europa y se iban acercando las vacaciones. Es preciso haber sido colegiala inter- na en un convento, para concebir y abarcar en toda su ampli- tud el sentido de la palabra "Vacaciones" ... Llegó el 24 de diciembre, día de los premios, recité versos en francés, sin turbarme, delante de un numeroso auditorio; me saqué tres premios y finalizó la actuación cantando todas en co- ro el "Himno Nacional" peruano. Al otro día, todas "Eramos libres también". . . siquiera por tres largos meses·. Nosotros vivíamos desde hacía muchos meses en la calle de las Mantas N 9 51, en la casa que hace esquina con la de Plume- reros; casi todas las piezas daban a un gran balcón cerrado, al antiguo estilo español. Eran dos departamentos· y el otro ocu- paba el entonces Prefecto de Lima, don Enrique Lara, "El Capi- tán Filarmónico", como lo llamaba mordazmente el ocurrente Mariscal don Ramón Castilla, haciéndole burla por haber gana-
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