Mi Manuel

- 53 - ca. Sabido es que para recibir este sacramento, es necesario una madrina, ¿a quién mejor podía yo elegir que a mi amiga Mar- garita?. Gustosa aceptó y quedó consagrada hasta por la Iglesia, nuestra buena amistad, valiéndole su nuevo título de "madri- na" el derecho de darme consejos y a mí, la obligación de cum- plirlos. Ese mismo día se la presenté a mi papá; él ya la conocía de nombre por mis referencias, sabiendo que había sido mi am- paro en mis tristes luchas con mis demás compañeras; ya tenía toda su simpatía y al conocerla, acabó de ganarla, la ex- presión leal de sus grandes ojos. Nuestras continuadas charlas me habían enseñado mejor el castellano que todos mis libros de estud!os juntos. Yo ya entendía muy bien a mi madrina y ahora ella era la que me refería de su familia y de todo lo que le interesaba en la vida; ellos eran cinco hermanos huérfanos: Julia, Margarita, Sara, Joaquín y Rosalía, puestos bajo la tutela de las familias Mendoza y González de Prada. Pronto se me hicieron familiares los nombres de todos aquellos y aunque no los conocía se me iban grabando en la imaginación, por las diferentes señas que de ellos me daba. La señora Josefa Ulloa viuda de González de Prada madrina de Margarita, era el tronco de la familia, madre de todos; el tío Francisco su hijo mayor, Cristina la segunda, casada con el Dr. don Domingo Mendoza eran sus tutores, a quienes daban el ca- riñoso título de papá y mamá. Después venían el tío Manuel y la tía Isabel, los dos hijos últimos de la señora Josefa Ulloa de González de Prada. Algo se me enredaba en la cabeza la diferente personalidad de cada uno, sin embargo sabía que todos eran muy devotos con excepción de uno, lo que desesperaba a su madre, pues des- de chico se resistía siempre a los rezos diarios en el oratorio, con la demás familia. Sabía que el mayor, el tío Francisco había estado en Euro- pa, viajando por España, Francia e Inglaterra, habiendo tenido que volver precipitadamente cuando estalló la guerra franco- prusiana. Parece que les contaba maravillas de sus viajes, parecién- dome algo inverosímiles a veces, pero pensaba que tal vez ad-

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