Mi Manuel

- 50 - las grandes; la cuarta y quinta de las medianas y la sexta y sep- tima 'd.e las chicas. Yo por mi edad y tamaño pertenecía a la tercera división, juntándome a las grandes, sólo a las horas de clase. El resto del tiempo, es decir en el comedor, dormitorio y recreos, estaba con las chicas; a éstas yo les enseñaba juegos y canciones de Francia, junto con Alice y Luisa Chaize, hijas del Cónsul fran- cés en el Callao; la monjita que nos cuidaba, madre Inés también francesa, con todos sus veinticuatro añazos, no desdeñaba reu- nirse a nosotras, cantando y formando "rondas" para entretener a sus demás chicas. Los sábados reunían a las alumnas en el "Salón de las Notas", llama.do así, porque allí nos distribuían las papeletas de aprovechamiento de la semana. El mayor punto era "sesenta" siendo castigadas severamen- te las que no alcanzaban a "veinte". Todas la.s maestras asistían a la reunión, presidida por la Madre Superiora que siempre empezaba la actuación dándonos algunos consejos, seguidos de observaciones adecuadas a las circunstancia.s. En una de esas ocasiones nos dió la orden de que las niñas de la primera división se hiciesen moño los domingos para ir al "Salón de visitas" a recibir a sus padres y parientes que las venían a ver. Mucho les disgustó a las grandes, ese nuevo mandato que las privaba de lucir su pelo en que sin duda, basaban ya su naciente coquetería. A mí por estar ·en la división de las chicas, no me tocaba seguirlo y al otro día me peinó la madre, como de costumbre los domingos: el pelo suelto, con un gran lazo celes- te en lo alto de la cabeza. Desde la víspera seguían mal humoradas las "grandes" y por mi mala suerte me vieron pasar: -"¡Vean a la gringa con el pelo suelto!" ... gritó una y todas se avalancha.ron contra mí, una de ellas tijera en mano para cortarme el pelo. Yo traté de huir y al sentirlas cogerme la cabeza pegué de gritos, querién- dome defender: lucha inútil de una contra tantas ... En ese instante una del mismo grupo sin duda compade- cida de mi desesperación se interpuso entre ellas, reprochándo- les su cobardía. rrodas avergonzadas ante el reproche merecido me soltaron, no atreviéndose a ejecutar el alevoso atentado. Mi

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