Mi Manuel
- 463 - Un joven se me acercó a pedirme le dejara sacar una mas- carilla; ·se lo n egué, pareciéndome una profanación dejarlo manosear y segura de que no habría sido la voluntad de Manuel. Lo más terrible fué cuando me obligaron a separarme de él; pues mientras había podido besarlo y conservar su mano entre las mías, comunicándole mi calor me había hecho la ilu- sión de que aun tuviese vida. Fué entonces la verdadera separación a la que se resis- tían ha·sta mis ojos, por no verlo ya entre esas miserables ta- blas donde lo iban a encerrar. Mi único lamento era decir su nombre, su nombre querido: -"¡Mi Manuel!" ... , repetían mis labios, único grito de mi corazón. ¡Qué bien muerto estaría, al no responder a mi clamor al oírme llamarlo! Y así me lo devolvieron y tuve que resignarme, quedán- dome sólo el consuelo de verlo aún unas cuantas horas. Oí unos sollozos en la sala y pregunté de quien eran: -"Es el doctor Mercado", me dijeron y recordé al viejo amigo a quien Manuel estimaba. Luego vino don Eduardo Levergne que lloroso se me acercó; pobres amigos, ellos también lo extrañaban ya ... Desde el primer día habían llenado el cuarto de flores, col- mando su deseo de· v.erse rodeado de ellas en sus últimos mo- mentos. . . como pedía en sus1verso·s, poeta hasta el fin y co- mo siempre. Y ·se colmó la medida de amargura aunque de consuelo a la vez: un cable de mi hijo al que el doctor Durand había avi- sado primero de la gravedad de su padre, amortiguando el gol- pe antes de darle la triste noticia, temiendo que algún impru- dente amigo lo sorprendiera con un precipitado pésame. ¡Mi pobre hijito, tan solo allá!. . . ¡qué falta nos hacía- mos el uno al otro en esos momentos para consolarnos mutua- mente!. . . El adoraba a su padre, el gran compañero de sus j uego.s, su mejor y más cariñoso amigo ... yo presentía. el des- garro de su pobre corazón en esa lejanía, sin nadie a su lado para ampararlo. Y se repetían sus cables, poniendo en ellos toda su ternu- ra, probándome estar de corazón a mi lado, en su gran afán de consolarme, llamándome a su lado cuanto antes. Y llegó el tercer día de Ja muerte de Manuel, 8n el que me iba a abandonar para siempre.
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