Mi Manuel

-460- duando a veces por motivo imprevisto, no podía irlo a buscar, yo se lo avisaba por el teléfono y él solo regresaba en- tonces a casa: -"¡Vengo apurado, ansioso de verte, me decía al abrazarme, .sabiendo que aquí me espera tu cariño!". . . y eran besos sin fin. Recuerdo que una vez al ir por él, viéndolo ya fuera de la Biblioteca y sabión:dolo muy miope se me ocurrió por broma, pasarme a la vereda de enfrente. El traía en la mano una lin~ da rosa, que me dij o de.spués le había obsequiado don Carlos Romero; la llevaba con sumo cuidado para no aj arla. Pero de pronto lo ví sonreír y atravesar la calle, viniendo hacia mí.__, "Qué tal miope, le dij e yo, despechada al ver fallada mi bro- ma. ¿Cómo me viste?. ~"¡No te ví, to adiviné!" ... , me contes- tó dándome la rosa y luego apoyándose en mi brazo, seguimos juntos hacia la casa. . Y así nuestra vida era un continuado idi1io de puro en- greimiento entre lo:si dos, en un eterno cariño. El sábado 20 de julio, último día que fué a la Biblioteca, regresamos juntos como siempre. El día siguiente, un domingo, lo pasamos en casa sin salir; él leyendo la "Historia de los Chinos", último libro que le ví en las manos. Yo entrando y saliendo a cada rato, sentándome a su lado y él como siem- prie hablándome de lo que leía: -"Admírate, me dij o, desde hace siglos ··sabían los chinos conservar los huevos". . . y me leyó la fórmula que indicaba el libro. Como a las cinco vino la mayor de las hijas id el doctm~ Durand, Aída, con una prima suya, conversamo.s largo rato y luego al despedirse pidió permiso para volver a menudo a con- sultar a Manuel. Nos admiró la seriedad de esa niña en una edad en que generalmente las mucha.chas sólo piensan en pasearse y con el mayor gusto le dij o Manuel que viniera cuantas veces qui- siese y sería para nosotros un placer recibirla. Fué la última persona extraña con quien habló Manuel.

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