Mi Manuel
-- 458 - él despreciándola,s cada día más; herido en su dignidad de hombre, hasta sin atreverse a reprocharle a su hermana, al ver- la rebajarse ante estos frailes, que tenían la desve~güenza de darle a remendar sus calzoncillos viejos, sin respetar su pu- dor de mujer, ni ·siquiera la clase social que la ,separaba de ellos. Al ver anunciada en "La Prensa" la llegada de la familia Durand, al otro día Manuel y yo nos hicimos un deber en ir personalmente a darle la "bien-venida". Muy atenta la s:eñora, nos habló de Alfredo con mucha simpatía celebrando el buen recuerdo que había dejado entre e] los. Las dos niñas muy afectuosas me rodearon, contándome de su trato fraternal con mi hijo durante su estadía en Bue- nos Aires.. Todo esto lo sabía yo por las cartas de Alfredo· ' pero siempre me agradó oírselo repetir a ellas mismas, siendo un verdadero goce para una madre escuchar alabar a su hijo. Pocos días después venían ellas a su vez, yo incansable en oírlas contarme de sus pase:os, de las fiestas en que todos juntos habían estado tan entretenidos. Yo apenas conocía de vista a los empleados de la Bibliote- ca, no teniendo nunca ocasión de hablarles, pero supe que uno de los más antiguos, el s 1 eñor G. Romero, estaba muy enfer- mo y luego me dij o Manuel que había muerto. Frío y húmedo ·era ese día del entierro; le rogué a Manuel fuese solo a la casa, sin ir al oementerio y me lo prometió. Pero pasaban las horas, era ya tarde, yo sin comprender por qué demoraba tanto; mucho me alarmé, alistándome para sa- lir, aunque sin ,saber donde iría a buscarlo. En ese mismo mo- mento llegó Manuel junto con don Carlos Romero: habían ido al cementerio obligados por las circunstancias, según me ex- plicaron, pues ninguno de los demás empleadO'S· de la Biblio- teca habían querido cumplir con el deber de acompañar al vie- jo compañero: hasta su última morada. Mucho me fastidió que Manuel hubiese cometido esa lo- cura, pues estaba demacrado y decaído. Apenas ido don Carlos Romero, llegó don Glicerio Ta ·ssa.ra y algo se distrajo Manuel al verlo; pero seguía muy cansado y mi primera idea fué preguntarle si había tomado la leche de que yo lo proveía cada tarde. -"No, me contestó, ni quiero tomar nada, pues hasta náuseas tengo". Insistí de nuevo Y vol-
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