Mi Manuel

-456 - robado" ... , mientras Alfoedo protestaba de ser él su víctima, acusándose ambos del mismo delito. Yo complaciente y encantada del buen éxit o de mi pos- tre, restablecía la paz entre ellos, duplicand o la ración a los dos; luego con igual risa me hacían zumba por haberme de- jado engañar. Como a buen limeño a Manuel le ·encantab a la mazamo- rra morada, casi no comiendo otra cosa, cua ndo veía perfilar- se en hilera las tres o cuatro fuentes, enfrián do·s,e sobre el apa- rador; había de ser dura como gelatina, bien dulce y con abun- dante fruta. Trataba yo siempre de alternar entr 1 e cremas, dulces de fru- tas, maná, etc., par.a no cansarlos siendo mi mejor recompen- sa el buen beso que me daba Manuel al dec irme 1 estar "réussi" y a la altura de mi "adquirida fama". Hasta a Buenos Aires le mandé a Alfredo du lce de naran- jas.; diciéndome después, habers 1 e emocionado al verlas en su plato, recordándole la intimidad de su casa, junto a nosotros, como antes. . . robándole a Manuel. Trascurrían los meses, en esá semi-tranqui lidad que nos rodeaba, al ver colmados los des 0 eos de Alfredo y los progresos dr: la Guerra a favor de los AliadOJs·, como era nuestro gran anhelo. Clémenceau seguía dirigiendo con éxito la Guerra: "Le Pere la Victoire", como lo llamaban ya pers onificándola en su inmensa energ ía, su mejor arma para venc er. Los soldados lo adoraban al verlo a menudo en medio de ellos, exponiéndose al peligro, compartiénd olo expresamente para darles valor. Basta recordar una escen a en que yendo a visitar a varios batallones colocados en un lugar donde se les exigía nada menos que resistir hasta morir . Al verlo llegar y sin hablar, recogen unas cuantas flores de alr·edodor y se las ofrecen sin más decir que: --"Voila!" ... Unica palabra; más expresiva en su laconi'S lno que lodos los discursos, al .aceptar tácitamente dar s us vidas; él com- prendiéndolos las recibe estrechando la ma no del que se las ofrece, en un paroxismo de emoción sin po derles hablar; las toma y luego les promete no separarse de el las, ni en la muer- te, como lo ordenó en su testamento.

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