Mi Manuel

-40- En fin, por varias veces en el día fuimos inundados por fuertes chaparrones y al poco rato, volvía a brillar el sol, como queriendo paternalmente venir a secarnos otra vez. Al otro día nos embarcamos en el "Lima" en el océano "Pa- cífico", el bien llamado, aseguraban todos, por la tranquilidad de sus aguas, sobre todo en la zona en que íbamos a navegar. Allí a bordo nuestros amigos peruanos se encontraron con paisanos suyos que regresaban de Europa, entre ellos el Gene- ral Rufino Echenique, antiguo Presidente del Perú, acompaña- do de su hijo Rufinito, como le decían para distinguirlo de su padre. También venía la familia Laurie, compuesta de la madre, se- ñora limeña, con sus cinco hijos: cuatro varoncitos y una niña, Zoila. Regresaban de París después de cuatro años de ausencia, hablando sólo francés, contribuyendo a que nos hiciéramos ami- gos en el acto. Muy pronto fuimos los verdaderos dueños del barco, pa- seándonos y correteando por todos los lados, sin dejar de es- cudriñar un solo rincón, lugar ideal para jugar a los escondi- dos .. Además el "Comisario" del buque era francés y nos pro- veía de cuanta golosina y fruta podíamos apetecer. Ni íbamos al comedor las más veces, por no interrumpir nuestros juegos, saciados con todos los obsequios que nos hacía nuestro amigo. Descubrimos que venía también a bordo, una partida de diez mil canarios, para quienes era nuestra primera visita, cada mañana: Formaba un concierto ensordecedor ese conjunto de trinos, dominando hasta el ruido del mar. Algunos murieron los pobrecitos, encerrados cada uno en sus jaulitas de madera; pero los más parecían contentos de es e clima cálido, tan distinto del de su patria, la fría Holanda de donde procedían. Una mañana, al salir de mi camarote, me crucé con el Ge- neral Echenique, llamándole la atención mi largo pelo rubio que llevaba suelto y me daba más abajo de las rodillas. Tomán- dome de la mano, me llevó hasta una banca cercana y sentán- dose él me empezó a peinar y a des.enredarme el pelo, con sumo cuidado y paciencia. Desde ese día, fué su entretenimiento coti- diano, hasta trajo un peine de carey de largos. dientes que des- pués me quiso regalar y no le acepté.

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