Mi Manuel

- 451- Sin atreverme a decirle nada, ni a preguntarle lo que le había pasado, quedé muy asustada temiendo a cada rato que le repitiera. Luego almorzamos como de c0:stumbre, yo sin perderlo de vista un solo momento. Llegó la tarde empezando a venir los amigos para felici- tarlo, él, conversando con todos, sin dar la menor muestra de cansancio. A las seis pasamos al comedor: tomando helados, dulces, pa,steles y toda la gama de bocados variado•s, que se estila ofre- cer en esas circunstancias, tomando a su salud compartiendo con él alegremente. Yo en ascuas seguía las diversas expresio- nes de su cara, sin que felizmente le notara la menor novedad. Y rusí pa1só todo el día alternando en entrar y salir unos y otros hasta taride de la noche. Por fin idos todos, nos fuírnos a acostar, dando yo un gran suspiro: -"¡Qué pesado me ha sido este día!". . . -"¿Por qué?", me preguntó él sorprendido. Ya pensando que tal vez no se había apercibido de ese princi- pio de ataque, que tanto me asustó, evadí la explicación: -"Te- mí te hubiesen cansado las visitas" ... , me contenté con res- ponderle. Más que nunca continuaba el problema de· la guerra tras- tornando ,el mundo; hasta el Perú había roto su neutralidad cuando 10:s .alemanes a fines de 1917 hundieron el transporte peruano "Lorthon", frente a la costa española, negándose des- pués a reconocer y pagar el daño. Indignados todos de tan in- correcto proceder, .el Perú ien represalia, se adueñó de los bu- ques alemanes refugiados en el Callao, desde el principio de la guerra. A pesar de que continuabá la encarnizada lucha, ya se vislumbraba "el principio del fin", corno decía Manuel, al l,eer los enérgicos esfuerzos de los franceses en Verdún y la va.lio- sa ayuda de los Estados Unidos en otros sectores de la resis- tencia.

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