Mi Manuel
-- 448 - Yo mentalmente ponía siempre en parangón .a Olémenceau con Manuel tan semejantes en muchos lados: ambos despren- didos ide todo amor al dinero, atacados igualmente por sus mez- quinos enemigos, atribuyéndoles codicia ruín que no tuvo nin- guno de los dos; de honradez impecable, sólo les ví igual ado- ración por sus respectivas patrias, siendo para cada uno el verdadero Dios por el que habrían sacrificado gozosos su vida y bienestar. Hay seres que por intuición deberían juntarse en la vida y ·s,er amigos, por su semejanza de espíritu e idealidad, igua- les en esa perfección que tan pocos hombres poseen. ¿Qué la- bor no realizarían al estar duplicadas sus fuerzas y sentirse sostenidas mutuamente? Manuel tuvo :Siquiera la felicidad de verse apoyado por mi cariño; pero Clémenceau fué muy desgraciado en su matri- monio, viviendo separado de su mujer, una inglesa; quizá por ser de distinta mentalidad, pues no congeniaron. Un día tuvimos la ,sorpresa de la visita de Juan Durand que llegaba de la Argentina y venía a traernos los saludos de Alfredo, contándonos estar~ muy bien cerca de :su hermano, queriéndolo toda la familia. Estas palabras corroboraban igual como nos decía Alfredo en sus cartas, alegrándonos oírselas re- petir. Además me entregó una caja que por su tamaño me pa- reció contener r·etratos. Casi con fervor desaté los numerosos nudos de la pita por haber sido hechos por mi hijito, antici- pando el placer de contemplar su retrato; pero me llevé el gran chasco, pues al abrirlo me dí con un manuscrito mugriento que vimos era la clave de "La Prensa". Furiosa, lo volví a en- volver, riéndose Manuel de mi gran decepción y fué él mismo a devolvérselo a Juan Durand. Por supuesto se lo conté a Alfredo en mi próxima cai;ta, quien a su vez se lo dijo al doctor Durand, que al oírlo repe- tía confundido: -"¡Cosas de Juan!, ¡tan distraído como siem- pre!" ... Para pasar ·el tiempo y distraernos por las noches íbamos al Cinema de la Merced, junto con Naní que nunca se sepa- raba de nosotros. Ya nos conocían los empleados y creo que por favor especial lo dejaban entrar, pues allí nunca ví a nin- gún otro perro; él también se interesaba al film, gruñendo y la- drando, cuando intervenía algún congénere suyo. Felizmente
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