Mi Manuel
-442 - de traer su almuerzo: se le acercó a hacerle- la última caricia· ' pero él lo recibió con un gran gruñido de rabia queriendo de- fender lo suyo. Fué la nota divertida que nos hizo reír, recor- dándonos sus grandes celos con él. Por las noche1s, cuando Al- fredo regresaba tarde a c.omer, nos quedábamos acompañán- dolo en la mesa, mientras Naní sentado en su silla entre Ma- nuel y yo, le seguía con la vista gruñéndole, protestando, cada vez que le veía ll evarse- el tenedor a la boGa. Al fin Alfredo acababa por darle su plato: -"¡Me avergüenza este· canalla, re- prochándome comer 1solo !" ... y así en ese último recuerdo, subimos al coche que nos lle- vó al Eléctrico. Allí esperaba a Alfredo un grupo dH amigos; todos subi- mos al carro, dominando al ruído de sus voceis 1 juveniles, como el de pájaros en continuo bullicio. En el muelle del Callao, nos esperaban las chalupas de la Capitanía, probándonos ser ya "un miembro oficial de la Le- gación Peruana" que partía a la Argentina; llegamos a bordo, donde recibió a Alfredo, Germán Cisneros (Glicerina) el In- troductor de Ministros de Relaciones, viniendo a despedir a los miembros de la Misión, en nombre del Gobierno. Allí estaba ya la familia Durand: don Augusto muy jovial y amable, sa- ludándonos; la señora doña Emilia, asegurándome que trata- ría a Alfredo como a un propio hijo; las dos niñas, Aída e Iris simpatíquisimas chiquillas, que nos miraban· con cierto recelo a Manuel y a mí; Augustito el menor completaba la fa- milia. Fuímos al camarote de Alfredo para que instalaran sus maletas: él mandando, yo mi rando no má s; habiendo ya cesa- do mi intervención maternal, emancipa.do definitivamente y de hecho, desde su llegada a bordo del "Orita". Por fin resonó la campana por todos los ámbitos del va- por, ordenando bajar a los visitantes. Ya era el momento final, el del último abrazo que vali entemente nos dimos sin llorar. . Aun me parece diistinguir la delgada silueta de Alfredo, tSubido en la más alta "passerelle" del vapor, viéndonos alejar en el bote, agitando su pañuelo, contestándole yo también, hais- ta que ya la distancia lo hizo desaparecer de nuestra vista. Ya entonces, recostándome contra el brazo ·de Manuel, le dí rienda suelta a mis lágrimas. -"¡Llora ahora cuanto quie-
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