Mi Manuel
- 436 - ría del Perú, a menudo a consultar a Manuel y a entretenernos con su charla. Gran ajedrista, campeón del Club Nacional, donde ontenía señalados triunfos, lo mismo que al jugar damas; eran para é1 más que un pasatiempo, pues las más veces apostaba y gana- ba, sin que nadie lo pudiera v,encer. Eximio nadador, varias veces lo citó a Alfredo en los ba- ños del Comercio, para enseñarle prácticamente lo que en "se- co", teóricamente enseñaba, sobre las mesas de billar, del mis- mo Club Nacional. Lo raro de e.sa amistad, era que .siendo creyente y muy devoto, le gustar.a visitar al "incrédulo hereje de Prada", como lo llamaban a Manuel los beatos y fuese tan amigo suyo. Muy extraña era otra originalidad suya: saber lanzar un silbido que se oía a una distancia de doscientos metros. A mí no me gustaba, pareciéndome ser de un verdadero "voyou" la tal gracia; pero él muy seriamente le decía a Alfredo, probán- dol·e ser necesaria: -"Hijo, ¿qué haces, 1si quieres llamar a un cochero, estando lejos y no te oye?, pues le lanzas tu pi- tada; en el acto tienes al hombre a tu lado, listo a servirte" ... , y lo peor era que casi nos probaba tener razón. Otro amigo nueistro, célebre en la época ide la guerra con Chile, .era Carlos Bondy. Combinando una bomba de dinami- ta con los anillos de una lancha, la llenó de verduras, frutas apetitosas y la abandonó en el mar a unas cuantas milla$ de Ancón. Por .allí rondaban siempre los buques chilenos en busca de algo que apresar y al distinguir la lancha abandonada, en e.l acto la quisieron alzar. Enganchándola por sus anillos, ju- gó el resorte y reventando la bomba, voló el "Loa" con todos sus tripulantes. Muy sonada fué la ingeniosa hazaña, admirado por to- dos, especialmente de Manuel que quiso ser 1su amigo. Era es- piritista, divagando siempre sobre su tema favorito, preten- diéndose en íntima trwsmisión de ideas con los espíritus. A Manuel le traía unas largas cartas que pretendía dictarle Mon- señor Dupanloup, sobre temas abstractos que en nada intere- saban a Manuel; pero lo dejaba hablar sin contraidecirlo y él encantado seguía desenvolviendo sus teorías.
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