Mi Manuel

- 38 - Esa noche fué horrorosa, continuando la terrible tempe~.­ tad, hasta que por fin al amanecer se fué apaciguando el marr ya sin necesidad de encerrarnos. Pero yo había perdido la sere- nidad y muchas veces, durante las noches despertaba sobresal- tada, -temiendo de nuevo las furias del océano; sin embargo, no hubo nueva tempestad. Muy pocas distracciones teníamos a bordo fuera de estos borrascosos días, siendo escasas las, horas .en que nos podíamos pasear por el puente y las de tertulias musicales, por falta de artistas o de aficionados. En esos largos ratos' de ocio las gentes se vuelven ávidas de novedades y cualquier nimiedad les es motivo de distracción. Entre los diferentes pasajeros que nos acompañaban, muy pron- to se fijaron en cierto almirante o general de Nicaragua, pues na die pudo descifrar su verdadera filiación de mar o tierra, en ese fárrago de uniformes múltiples y multicolores que enarbola- ba cada mañana. Algunos, lo clasificaban de anfibio, parecién- doles imposible que tanta diversidad pudiera abarcar una sola rama de la Defensa Nacional de su país. Un soberbio sombrero de picos con plumas blancas, que sólo se quitaba para comer, era el complemento invariable de ese 11uevo "arco iris" ambulante. Su entrada al comedor cada mañana, era realmente triun- fal, suscitando la curiosidad general el saber si el verde o el rojo sería el color dominante de su nuevo uniforme; hasta se cru- zaban apuestas, dando lugar a acaloradas discusiones. Por supuesto él no se daba cuenta de esos detalles, atribu- yendo a su importante personalidad el éxito marcado de su llegada. Como esa exhibición se repetía cada mañana, lo llegaban a extrañar cuando no se presentaba a la mesa, f armando parte del programa del día el estado de su importante salud. Por fin llegamos, a Colón y desembarcamos; yo, encantada de sentir tierra firme bajo mis pies, placer que antes no apre- ciaba en su justo valor. El lugar nos pareció triste a pesar de la gritería de los negros que nos rodearon, queriendo llevar por la fuerza nuestras maletas de mano, que nuestros amigos nos aconsejaban no soltar, 'Sabiendo cogerlas y desaparecer con ellas. Tuvimos que sostener una verdadera lucha, yo algo asus- tada por las caras simiescas de ese espécimen de la raza huma- na, tan nuevo para mí.

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