Mi Manuel

- 425 Fué el único enojo "serio" que tuvieron entre· padre e hijo, dándole yo la completa razón a Alfredo. Con gran pena nuestra, desapareció un día nuestro her- moso gato Mignon. A pesar de nuestras búsquedas por los te- chos y reclamos a los vecinos, nada supimos más de él. Muy galanteador, siempre '811 aventuras amorosas, yo no le auguraba buen fin; quise hacerlo "curar", pero Alfredo se opuso tenazmente, diciendo ser una lástima malograr tan lin- do animal. Gran cazador a sus horas perdidas, como verdadera fie- ra, no fueron nunca ratoncitos los que buscaba ien los techos: un día Manuel lo vió bajar con un pollo en la. boca, vivo aún, chorreando sangre la pobre víctima; se lo quisimos quitar, pe- ro furio so se defendió, los oj o.s chispeantes, alzadas las uñas, todo él vibrante, listo a embestir. Días después, vino herido de un balazo en ·el hombro, al- guien lo sorprendería rondando por su corral. Llamado el doc- tor Flores, su gran admirador y amigo, lo curó con el mayor cariño. Como un herido de guerra, sin protestar, con todo el estoicismo de un valiente luchador, se dejó mansamente ven- dar el brazo. Pasaron muchos días antes que perdiéramos la esperanza de volver a ver a nuestro querido Mignon, el gran amigo de Naní; pero no vino más. Siempre seguíamos nuestros paseos acostumbrados, Ma- nuel apoya.do cariñosamente en mi brazo, yo orgullosa al sen- tirlo recostado sobre mí. Creo que éramos el único matrimo- nio en Lima en andar siempre de brazo no pareciéndome gus- tarles a todos, pues muchas veces sorprendí miradas de rabia al vernos pasar. -"Es porquA les da envidia ver que nos que- remos", me r eplicó Manuel, cuando se lo hice notar. rrampoco se olvidaban de aquella frase siempre tan mal interpretada por algunos y parándos·e delante de nosotros con tono amenazador, nos repetían: -"¡Con qué! ... ¡viejo.sala tumba!" ... dándo- nos risa tanto su cólera como su misma imbecilidad. Un domingo por la tarde se nos ocurrió ir al cinr.ma y dis- traídos, olvidando la hora allí nos dieron las ocho. Sin tener quien nos esperara, pues Alfredo solía llegar a más :de las nue- ve a comer; veníamos tranquilamente conversando, cuando al llegar a la esquina vimos a Alfredo parado en la puerta de

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