Mi Manuel

- 37 - Mi hermano tampocü protestaba de nuestros nuevos planes: sea por la natural indolencia de su carácter o por no querer resolver todavía el problema de la orientación de su vida; lo cierto fué que no dij o nada y así quedó resuelta 1!1 continua- ción de nuestro viaje. Ya íbamos a alejarnos voluntariamente más de Francia; sin embargo si nos hubiesen profetizado esa definitiva ,separación, con seguridad, ninguno de los tres la habría aceptado. La despedida que nos hicieron nuestros amigos, de New- York, fué muy cariñosa: empezó por una gran comida y fina- lizó con un concierto durante el cual no me dormí esta vez, ape- nada de abandonar esta amable casa donde habíamos encontra- do las dulzuras de un hogar, ya lejanas para mí y tardaría años sin volver a encontrar. A fines de setiembre nos embarcamos esta vez en el "Aca- pulco" de nuevo con los dos peruanos don Joaquín y don Faus- tino, que iban a ser nuestros guías hasta llegar a Lima. Al otro día de habernos embarcado tuvimos una terrible tempestad al pasar por el famoso cabo de Hatteras muy renom- brado por esa clase de achaques. En el comedor, desde el primer día, pusieron unos casille- ros sobr-e las mesas para que no se corrieran los platos, al suelo o a las faldas de los pasajeros y lo que al principio me divertió por su novedad, llegó a serme un pronóstico muy temido. En la tarde siguiente cerraron todas las escotillas y salidas al puente encerrándonos herméticamente para que el agua no entrara. Ya me fastidiaba esa falta do espacio donde correr, res- tringida sólo a andar por los salones y pasillos, que daban a los camarotes. Además los movimientos, del buque iban 0n au- mento, empezándome a marear, y quise vAr el mar; con disimu- lo me escurrí por la escalera y aguaité por una ventanilla. Fué para mi mal; quedé espantada de lo que ví: unas enormes pa- redes de agua a ambos lados del buque que tan pronto se para- ba ·de cabeza, como bajaba, pareciendo hundirse en el mar! No quise ver más y horrorizada bajé corriendo al camarote donde mi papá, imposibilitado de tenerse en pie, estaba echado en el sofá, distraído en una interesante lectura. Vió el espanto refle- jado en mi cara y al explicarle, me riñó por haber subido a ver. Ya no me moví de su lado, pareciéndome cada movimiento del buque, su último salto para ir al fondo del mar.

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