Mi Manuel

- 423 - nuel ya sin protestar se vistió y hasta lo obligamos a ponerse el abrigo, sentándose luego 1 en un :sillón al pie de la cama, es,- perando conforme los acontecimientos. Mientras, Alfredo volviendo al patio y abriendo una rendi- ja del postigo, interpeló a uno de los policías: -"¿Qué hacen ustedes aquí a estas hora 1 s.?" -"Señor, contestó el cachaco, estamos aquí porque han creído que asaltaban la casa del Co- ronel Benavides" ... En efecto Benavides era vecino nuestro, vivía ·en la calle de San Marcelo, en la casa del doctor Nicolás A. Valcárcel y lo- cuaz el hombre le siguió diciendo a Alfredo. -"Pero se equi- vocaron los guardias, sólo fué la cornisa de la casa de la es- quina, que cayó con gran ruido". Alfredo dándole las gracias regresó al cuarto: --"Papá, ya te puedes volver a acostar, todavía no es por tí que han venido, ha sido una cornisa que se ha caído con gran estrépito y la .policía creyó que asaltaban la casa de Benavides". Riéndonos nos volvimOis a acostar, pensando ren la mala casualidad de haber sido esa misma noche lo del aviso, pues de otro modo, n] nos habríamos movido. Lo que nos consoló un poco fué pensar que Benavides pasaría peor rato que nosotros, al no te- ner la conciencia tan tranquila. Habíamos vuelto a nuestra vida habitual de antes, yendo las más noches Manuel, yo y Naní, al Cine-Teatro de La Mer- ced. Ya de día venían como antes las visitas, seguros de encon- trarnos. Seguía felizmente estacionaria la enfermedad de Manuel, continuando ,estrictamente el régimen indicado por el doctor Larré; pero con gran pena mía, éste había regresado a Fran- cja y lo_habíamos substituído con el doctor Guermarquer, fran- cés tamb]én y muy buen médico, que le llegó a tomar gran ca- riño a Manuel. Cada mes lo íbamos a consultar; que inmenso placer era para mí, cuando dospués de auscultarlo detenidamente le de- cía palmeándole cariñosamente el hombro: "muy bien, sigue su corazón, señor Prada". Al salir me sentía tan feliz y recon- fortada con esas palabras, que no podia esperar llegar hasta casa para exteriorizarlo y con ~di.simulo entraba a alguna es- calera para darle a Manuel un gran beso, en el que ambos nos sentíamos revivir.

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