Mi Manuel

- 410 - campante, moleistándose mucho por lo que él llamó mi ''ner- viosidad". Mi único consuelo fué abrazarme de él largo rato y aun 1en sus brazos seguía llorando, y.a de alegría, al verlo sa- no y salvo. Se disculpó diciéndonos estar con sus amigos en el Paseo Colón, ignorando el alboroto habido por el centro. En esos días regresó de !quique., centro de su riqueza sa- litrera don Guillermo Billinghurst y al llegar al Callao fué acla- mado y ovacionado por el pueblo, con música y discursos. También lo rodeaban antiguos correligionarios .suyos, víc- timas todos ellos de la veleidad caracterizada de don Nicolás. Al laido de don Guillermo venía el doctor Flores, también reñi- do con ISU antiguo jefe. -"Lo mejor de to do esto , le dij o des- pacio a don Ricardo, es que no me cuesta na.da". . . Riéndose nos contaba e:sto después el doctor Flores, pero constatando la verdad de la típica frase por estar aún sangrantes las numero- sas heridas h echas a su bolsa para sostener el Partido Demó- cmta. Otro tanto podía decir el mismo doctor Flores, sacrifi- cado y alejado de su ex-gran amigo y jefe. Entre otros ex-pierolistas muy quejosos, conocíamos a un infeliz alemán J ansen muy honrado, antiguo dueño del taller de encuadernación de libros., 1 establecido durante muchos año1s, en el almacén de la casa de Manuel en la calle de La Merced. Muy trabajador y acreditado como el mejor de su oficio en Lima, había juntado buenos ahorros; impulsado por ciega ad- miración a don "Nic1ás" como le decía, le había entregado to-· do su dinero. Apenas victorioso Piérola e instalado en Palacio en 1895, Jansen muy entusia:Sta lo fué a felicitar y luego día:s después le reclamó el dinero prestado. Piérola, con mucha flema y des- precio llamó a uno de los mayordomos. y le d:ij o: -"¡Denle de comer en la cocina, a ese pobre hombre!" ... El alemán fu- rioso se le encaró. -"¡Yo no vengo a mendigar un pan, le pido me devuelva el dinero que le presté!". . . Acto continuo lo co- gieron de un brazo y llevándolo a la puerta dieron orden "de no dejar entrar a ese atrevido que le había alzado la voz al Pre- sidente". Desde ese día el pobre hombre furioso y desengañado, pre- gonó por calles y plazas, la ingratitud de "don Niclás". Viejo,

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