Mi Manuel

- 403 - be darse cuenta de la marcha del establecimiento, confiado a sus cuidados. Tranquilamente, cuidadosamente la preparó Manuel, to- mando apuntes, verificando cuentas de los libros existentes, de su ·estado y colocación, etc., ayudado por 1supuesto, por al- gunos empleados de la Biblioteca de quienes era la obligación. Recalcó sobre todo, además de los errores garrafales en todo sentido, la mayor parte de los libros malogrados, obliterados, con las palabras "Ricardo Palma, Bibliote-cario", repetidas hasta diez veces en una misma página. ¡Inimaginable deterio- ro! ¿Qué sería de una Biblioteca si cada Director sellara e.n cada libro, igual huella, para eternizar su paso por ella? En fin reiSultó feroz, contu11dente, aplastante la "Nota Informativa" que pre·sentó Manuel al Ministro, probando la ignorancia, la ineptitud y la vanidad tangible de su "irreem- plazable" antecesor. Recuerdo que a los pocos días de la publicación de la "Nota Informativa" encontramos al doctor Ricardo L. Flo~es, quien riéndose le dij o a Manuel: -"Generalmente son muy pesadas esas Memorias, pero .la de usted resulta hasta diver- tida. ¡Qué sarca1smo, qué burla, esa fama ide 1saber, usurpa- da durante tantos años, ahora echado por tierra!. . . ¡Lo roa- . tó usted don Manuel!" ... Realmente, desde entonces ya nadie se atrevió a calificar de "Bibliófilo" al señor Palma: el pinchazo de Manuel había desinflado el globo vacío. Algo había cambiado nuestra vida al entrar Manuel a la Biblioteca; pero pasados los primeros días, ya no.s acostum- bramos a esa 1separación de unas cuantas horas y con nue- vo placer no 1 s volvíam018' a encontrar. Yo lo iba a buscar todas las tardes y lo veía fe.liz; en su elemento, gozando entre los libros que habían sido ;siempre los fieles compañeros de su vida: "mis rivales" los llamaba yo, sin encelarme; compar- tiendo tranquilamente con ello1s, el corazón de mi querido Manuel. Había pasado el temporal, sucediendo una 'aparente cal- ma; pero cada uno ·guardaba vivos esos odios sembrados por aquellos, que vengando sus rencores personaleis, habían en- oendido la hoguera.

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