Mi Manuel
XXXV LA BIBLIOTECA NACIONAL Ahora, quiero referir lOis hechos, para los que no v1vian en aquella época: justificando mis anteriores palabras. Parece que un día, llegó a manos de Leguía la revista "Variedades" y quedó muy sorprendido .al ver que ·en ella se le atacaba duramente; al pr 1 eguntar quién era el autor de esa crónica, le dijeron ser Clemente Palma. Con justificada cóle- ra reprochó a los que lo rodeaban no haberle avisado de esos ataques de parte de un empleado ·suyo, "Conservador de la Bi- blioteca Nacional" y en el acto lo destituyó. Era realmente empaque, rayando 1en cini1smo recibir de una mano el pan y con la otra atacar al gobierno quH mante- nía a toda la familia: a su padre, a él y a sus hermanos, ca- da uno recibiendo sueldo de la Biblioteca, viviendo en ella y hasta aprovechando el servicio de los empleiados subalternos, usándolos como mayordomos. Esa duplicidad de un empleado, no la aguantaría el dueño de la más ínfima tienda de comercio; menos se concibe de un empleado de Gobierno que representa un Partido, un conjunto de. ideas política1s que forman un solo cue;rpo, donde no cabe ni debe honradamente admitir puesto, el que no participa de las ideas del Partido de ese Gobierno. La justa despedida motivó gran pelotera entre padre e hi- jo: -"Pedazo de imbécil, no te dij e que nos harí1as botar a todos de aquí, por tu 8iS·tupidez". . . Palabras textuales oídas por alguien que nos las repitió.
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