Mi Manuel
- 394 - bría querido apartarlos todos y vivir en complE~ta soledad. El día más feliz para él, era cuando nadie venía a interrumpir sue lecturas. Si alguno se pre:sentaba a la puerta de la sala me rogaba encarecidamente que ·Saliera a conversar con él, teniendo ver- dadera pereza en contestar a sus nimias preguntas. Cuando yo ocupada en alguna cosa no 1a,ccedía a sus instancias, él des- pués me lo reprochaba amargamente: -"Qué mala fuíste en no salir, ¡me cansa horriblemente hablar con estas gentes v oír sus latas!" Y por darle gusto me volví una incansable "l~ tera~' yo también, estafando la curiosidad que tenían de conocer la opinión de Manuel y no la mía. Recuerdo que una vez discutí largo rato con el doctor Var- gas sobre la cuestión del divorcio, sosteniendo por supuesto su absoluta. necesidad. -"Bueno, ya sé lo que usted piensa, mo recalcó con cierta burlita y ahora quisiera saber la opinión de don Manuel". -Pues, es, exactamente la misma, ¿cree usted que Manuel y yo pensamos de distinta manera?, no soy más que su propio eco, sépalo usted" ... y él volteándose donde Manuel que se sonreía, le oyó confirmar mis palabras. Mucho 1s·e sor- prendió, sin :duda recordando a Balzac en su "Physiologie du mariage" donde asegura "que para saber la opinión de un hombre, no hay sino saber la de su mujer; siendo .siempre diametralmente opuestas". Por lo pronto, con nosotros, se equi- vocó totalmente Monsieur de Balzac. El primero :de Enero 1 eI'a para Manuel día de mucho fas- tidio por creerse muchos obligados a venirle a ofrecer "las pri- micias de sus parabiene!Sr". Fuera de don Eduardo Lavergne el fiel compañero de armas, en la Batería del Pino, que se hacía un deber escrupuloso en venir cada año ese día, bien les ha- bría dispensado 1a los demás la molestia. Aun recuerdo que ese año el cinco de Enero vísperas1de su santo, me pidió le hici ese un favor; yo a cíe.gas acepté aun- que después me dió pena, al saber que· _era no recibir a nadie en su día, haciendo cerrar la puerta de la calle. Sólo el silen- cio contestó a las repetidas llamadas de la manita de bronce que muchas veces y con fuerza tocaron inútilmente ese día. Aun me entristece recordarlo, pues algo de sepulcral, tenía el eco muerto de esos golpes que resonaban en el patio. ·
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