Mi Manuel

- 387 -- lo niegan como tal, si no fuesen justificados por el dicho po- pular y tan cierto de ¿quién es tu 1 enemigo? El de tu oficio. Por eso está muy bien explicado que Rufino Blanco Fombo- na tan justo y alabaneioso al juzgarlo como prosador, desco- nociera el mérito de sus versos, por el ·sólo motivo de ser él también poeta. ¡Achaques de la debilidad humana! ... Entre los poetas jóvenes tuvieron buena. acogida "Exóti- cas", abriendo nuevo horizonte a e;sas imaginaciones fosfores- centes, sjempre ávidas de novedad. Muchos lo rodearon: Fe- derico More, Percy Gibson, Alberto Ureta, Abraham Valdelo- mar, éste último más que todos; el primero aban.donándolo des- pués, por la conveniencia práctica de la vida, sabido es que entre los apóstoles de cada religión, siempre. hay un Judas. Desgraciadamente, no todas las di1scordia;s acaban siempre pacíficamente como la del Ecuador; al suscjta.rse una nueva cuestión de límites con Colombia, esta sólo terminó con el en- cuentro de los dos ejércitos a la orilla del río Caquetá, en la batalla de La Pedrera. Allí el jefe die. las fuerzas peruanas era el Teniente Coronel Osear R. Benavides ayudado por otros ofi- ciales que murieron en el combate, de lo que éste aprovechó para atribuírse todo el mérito de la victoria, despertando ya en él esa ambición que más tarde había de tener tan graves re- flejos en la política del Perú. Pero no anticipemos: los aconte- cimientos. Después del fracasado intento de los pierolistas en la céle- bre jornada del 20 de mayo, Leguia gracias a su enérgica acti- tud había conquis tado la simpatía de todos y gobernaba tran- quilamente. Manuel y yo en nue:stra vida de· siempre, continuábamo1s en nuestra casa, viviendo a la sombra de la ya coposa madr,e- selva que perfumaba el ambiente cuando volvía a florecer en la nueva Primavera. Sentados en iel sofá de la sala junto a la ventana, nos hacíamos la ilusión de estar lejos de la calle, tras las palmeras y los granados que nos la tapaba. En eis·e rinconcito de aparente tranquilidad, era sin em- bargo donde Manuel libraba sus batallas mentales, allí donde lucubraba las más veces sus discursos vibrantes, sus escritos doctrinarios y sus mej oreis poesías. Yo respetando su reconcen-

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