Mi Manuel

- 379 - Se separaron aparentemente amigos como siempre; pero quedó resfríada la aruistad. EI hablar de los resentimientos ide Obín me hacen recordar al señor Lozano cura de Lunahuaná muy amigo de Francisco por ser ese pueblo vecino de su hacienda "Cerro Alegre" y qu@ en Lima también lo venía a visitar. Por 1ser sacerdote fué tam- bién amigo de la demás familia, aunque a veces los ,escandali- zaba con sus raras y poco edificantes historias, calificándolo en voz baja de "algo loco" el buen cura. En la ca.sa de la Merced, quien mejor le atendía era Manuel, suscitando algún recelo de su madre que sabía de sus ideas re- ligiosas. Manuel era quien lo estimulaba a contar sus heroicas bata- llas con sus f.eligreces: garrote en mano, acompañado las más de las veces por el Guardia Civil armado de un rifle, obligando a los indios a pagar los diezmos para el sostén de la Santa Igle- sia ... Parece que más de una cabeza de· infeliz resultaba rota antes de entregar su oveja, su gallina o su damajuana del cé- lebre vino 'de Lunahuaná del que después siempre nos ofrecía traer y nunca cumplió. Por supuesto Manuel le daba cuerda con su 1 segunda inten- ción, para que refiriera sus hazañas delante de su madre y de- más familia, no atreviéndose ellas a hacerlo callar por ser un Ministro de Dios; contándoles sus abusos con toda la franca verdad de su inconsciencia, creyéndo,S€· en su pleno derecho, como formando parte de su santo ministerio. Cuando murió la señora Pepa y supo que Manuel se había casado vino a casa para saludarme, volvió muchas veces que- dándose a almorzar v durante largas horas nos contaba sus ldstoria:s divirtiendo"a sus oventes: el doctor Patrón, Rey de ' ., Ca,stro, Amézaga lo escuchaban atónitos, rajar de los curas y de cuanto escándalo ocurría entre ellos. A nadie respetaba: ni a los frailes descalzos donde se hospedaba, pareciendo temer ellos contara lo que dejaban tras sí en los pueblos, después de sus misiones ... No escapaba ni el mismísimo Arzobi$pO, donde quien ve- nía a quejarse de los abusos que otros curas vecinos cometían con él. Hasta ,en el Palacio Arzobispal le tenían miedo, negando darle audiencia; pero él se e1scurría empujando puertas me- tiéndose hasta la Secretaría, gritando, vocif.erando, haciéndo-

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