Mi Manuel

XXXI ABELARDO M. GAMARRA Gamarra probablemente escamado de tantos desengaño.s políticos, ya venía otra vez a casa con regularidad. Los vier- nes eran sus días preferidos para venir a almorzar y referir- nos los chismes y novedades politiquerais 1 de la semana, a los que su "gracia" natural daban particular colorido. Pues tenía el don de contar nuestro amigo "el Tunanbe"; nadie como él para hacernos "palpar" las rústicas escenas de la sierra, las fiestas de su "querido Huamachuco", 1su chasco matrimonial, pues era casado allá y justamente justificaba sus tunanterías por haber sido muy desgraciado en sus amo- r.e.s. Varias veces nos contó la historia de su matrimonio con- tra la voluntad de los padres de su novia: el rapto y escapa- toria a caballo en medio de la noche, casandose en la iglesia de una aldea lejana ... En fin con las clásicas peripecias de siem- pl'e, acabando en drama o sainete como casi to:dos los amores de la sierra. Hasta se emocionaba al recordar esas escenas que habían malogrado su vida, lanzándose a la de bohemio, sin lugar fijo, como nuevo "judío errante" siem.pre en busca de un hogar donde descansar. Y a su vez hacía víctimas, tal vez como venganza a su propio caso; pero siempre me pregunté ¿cómo podían caer las infelices?. . . Feo, casado, pobre y ja- rnnista, ¿qué les pudo alucinar? En fin cada 1ser debe tener EJn sí un atractivo oculto, que sólo los privilegiados descubr.en Y así se. explican esas raras pasiones. Hasta el final tuvo la "suerte" de suscitar celos, tenta- tivas de envenenamiento como nos contó él mismo, y hasta encontrar un "lazarillo" femenino que lo acompañara y guía-

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