Mi Manuel

33 - Todas esas maravillas despertaban mi naciente curiosidad, a medida que se Rrolongaba nuestro viaje. Poco me sonreía la perspectiva de regresar a Francia, sabiendo que allí me espera- ba volver de nuevo al convento, con todos sus tristes recuerdos y sus pesadas fa enas escolares. Naturalmente, en ese estado de ánimo acogí con gran entu- siasmo el proyecto de seguir viaje a New York como le oí acon- sejar a mi papá un nuevo amigo suyo, que allí conocimos, en nuestro hotel, un señor peruano Luis Faustino Zegers "Secre- tario de Henry Meiggs" decía la tarjeta que le dió a mi papá al presentarse, el primer día que se conocieron. Por supuesto no le decía nada a mi padre ese título añadido a su nombre; pero en su trato ·era un caballero muy bien educado, hablaba perfecta- mente francés y le bas 1 taban esas cualidades para ser un agra- dable compañero de .viaje. La única condición que impuse para ir a América, cuando mi papá me preguntó si quería ir allá, fué que me tendría que dar un mono y un loro ; pues el último libro que había leído an- tes de salir de Francia era el Robinson Crusoe y me había que- dado gran ilusión por poseer esos dos animales. Fué con esa promesa formal de· mi papá, que encantada me embarqué en el "Wisconsin", a principios del mes de sep- tiembre de 1875. A bordo, mi vida fué una continuada fiesta; siendo la úni- ca chica me dejaron en medio de las personas grandes y todos se hicieron un deber de engreírme. Allí hicimos amistad con varios pasajeros, por supuesto sin olvidar a nuestro ya viejo amigo, el señor Zegers, que tan- to había insistido y logrado convencer a mi padre de seguir via- j-e hasta New-York. Encontró mi papá un nuevo "partenaire" de ajedrez en la persona del simpático americano Goldchalk, hermano del gran pianista de fama mundial. El también era músico y barítono, amenizando las noches organizando conciertos junto con una gran violinista americana, Madame Hubert, alumna del cons·er- vatorio de París, en viaje de regreso a New-York, su patria. Se había formado un grupo de amigos. con nosotros, sin olvidar a otro peruano don Joaquín Delgado, del que seg·uimos siendo amigos en Lima, hasta que s·e regre,só a Europa, años después.

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