Mi Manuel
- 32 - Felizmente estábamos juntos y tranquilos esta vez y hasta risa nos dió el percance, viéndonos los tr,es allí a media noche, "varados" en este lugar "encantador", como decían los, llamati- vos carteles en colores pegados en las paredes de la estación. Al amanecer, .salimos en el primer tren, desandando el tra- yecto de la víspera, llegando por fin a Liverpool. Me gustó bastante esa gran ciudad, donde por primera vez en nuestro viaje estábamos sin amigos que nos pilotearan, aban- donados a nuestra propia iniciativa. Varias veces nos perdimos al pasearnos, por sus calles en- marañadas; pero cada vez la complaciente ayuda de algún "po- liceman", nos volvía a poner en el buen camino. Los museos, los edificios y hasta los parques donde nos sentábamos a descansar eran sumamente interesantes, haciéndonos ver de cerca el espí- ritu inglés .tan independiente y egoísta a la vez. Un día, mi hermano regresó horrorizado de una escena que había presenciado a algunos pasos del Palacio de Justicia, en el pleno corazón de la ciudad. En el medio de la calle, dos mujeres del pueblo, borrachas sin duda o de mal vivir, habían peleado. Empezando por insul- tarse, luego yéndose a las manos jalándose del pelo, arrancán- dose los moños mutuamente. En el acto se había formado un círculo de curiosos alrededor de ellas que en lugar de separar- las, por lo contrario, las habían azuzado exitándolas una con- tra otra, presenciando todos el ,espectáculo salvaje del que pa- recían divertirse mucho. Las mujeres, como dos furias enloqueci- das, seguían peleando, chorreando sangre, mordiéndose las car" nes, después de arrancarse hasta la camisa. Parecía que la lucha sólo terminaría con la muerte de una de ellas; hasta que llegó un policía para llevárselas presas. Entonces', ese mismo público salvaje, para librarlas de que las pudiesen coger, les echó enci- ma furtivamente a cad~ una un abrigo, ha,ciéndolas desaparecer y escurrirse entre la multitud. Parece que estas escenas de pugilaío se repiten muy a me- nudo en las calles y son muy del agrado del público inglés. Los museos eran nuestra principal atracción, sobre todo en los días de lluvia, interesándome mucho esas1colecciones de ani- males desde los más grandes como un esqueleto de ballena que medía veinte metros de largo, hasta los pájaros más pequeños disecados con todas sus vistosas plumas.
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