Mi Manuel

XXXI OEVIOHE Un día al regresar del colegio, Alfredito me trajo de la. ca- lle un infeliz gato carachoso, magullado y herido a pedradas, que le ·estaban tirando unos muchachos. No había por donde coger al pobre animal, ca;s.i exánime. Le dimos de comer y lim- piándole las heridas lo empezamos .a ,curar. Dicen que los ga- tos tienen siete vidas y 1 sin saber cuantas tenía ya este a su cuenta, lo cierto es que siguió viviendo. "Oeviche" lo llamó Ma- nuel al contarle yo su marcada afición al pescado crudo que 1e sabía robar a la cocinera y luego largarse al techo, la "tierra libre" de todü's los gatos de Lima, teatro de sus fechorías de noche, sin respetar a la Luna llena, ni siquiera a la menguante. También tuvimos otro gato, un lindísimo ejemplar de An- gora que nos obsequió nuestro amigo Monsieur Kiff er Mar- chand. "Mignon' ' lo llamamos, personificando toda la delica- deza de la 1_gentil heroína de Goethe. Manuel, que aborrecía an- tes a los gatos por su crueldad nativa, según decía, no pudo re- .sistir a los halagos y preferencias que desde el primer día le prodigó Mignon, posesionándose de su hombro y durante ho- 1·as, mientras Manuel escribía, se. quedaba echado allí, for- mándole un .hermoso cuello de piel con su ancha y coposa cola. De repente se aventaba a "cazar" esa mano que él veía moverse sin cesar al escribir, provocando su nervio1sidad ga- tuna. De color gris obscuro, con diferentes matices, hasta ter- minar en blanco en el pecho y las patas; era la admiración de cuantos lo veían.

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