Mi Manuel

-31- de bombones de los que desgraciadamente no pude pasar uno solo, pues me parecieron detestables. Y no era un simple capri- cho de chica engreída, pues ahora mismo guardo mis preferen- cias por las confiterías francesas. Tuve por único consuelo re- galársela, a mi vez, a una niñita inglesa, de la que seguramente hizo las delicias. No guardo ningún recuerdo especial de Birmingham, fue- ra de la amabilidad de nuestro joven amigo que nos hizo visi- tar varias fábricas de tejidos, inclusive la de su padre que el dirigía, viviendo toda su demás familia en Londres. Allí sólo me sorprendió la cantidad de chimeneas y las manchas de ollín en las caras de las gentes como consecuencia de ellas; pero ¿qué ciudad de Inglaterra no ofrece igual obsequio a sus moradores y visitantes?. A los cuatro días nos despedimos de nuestro simpático amigo, siguiendo viaje para Liverpool. Otro percance nos espe- raba antes de llegar a esa ciudad; pero felizmente estando los tres reunidos, no me dió lugar a derramar lágrimas, ni a nin- gún susto. Es preciso conocer lo que es una estación de f erroca.rriles en Inglaterra, para darse cuenta de lo fácil que es, equivocarse de tren y así nos pasó. Partimos por la tarde, viendo pasar indiferentes, las varias estaciones que desfilaban sucesivamente ante nuestros ojos, sa- biendo que la del término final de nuestro tren era Liverpool. Pasaban horas largas e interminables y seguíamos rodando sin cesar. Estando solos en nuestro vagón no había posibilidad de preguntar ni averiguar nada, sobre todo sin siquiera suponer, que estuviéramos en mal camino. Yo acabé por dormirme, cómodamente instalada, cansada de contemplar tan largo rato el huyente paisaje. Hasta que al fin paró el tren. Bajamos y en lugar de llegar a la poblada y bulliciosa ciudad de Liverpool, nos encontramos en un lugar completamente solo y tranquilo. Su nombre, "Richmond", apa- recía en grandes letras. Era un parque, muy concurrido en ve- rano, pero que en esta época y a esa hora, estaba completamen- te desprovisto de atractivo para nosotros. Ni siquiera encontra- mos un hotel para pasar el resto de la noche, sin más perspec- tiva que esperar allí sentados, en la misma estación la salida del próximo tren, y regresar a nuestro punto de partida.

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