Mi Manuel

- 349 - Recuerdo que con cierta malignidad y mucha gracia, no st puede negar, ciertos compañeros y amigos suyos nos con- taban sus apuros en cuestiones de finanzas y las chistozas es- cenas que muchas veces interrumpían las graves cuestiones filosóficas que entre ellos discutían. En medio de la charla siempre estaba alguno alerta en vi- gilar quienes ,entraban al patio y un "¡Moros en la costa!" ... les avisaba la llegada de un indeseable cobrador. A la voz de alerta, como movido por un resorte, desapa- recía debajo del escritorio el Director, quedando sólo frente al recién llegado, simples visitantes a quiene.s no podía cobrar. Por supuesto estas cosas sólo nos las contaban a Manuel y a mí, cuidando de que Alfredito no se enterara, pues siempr·e es de temer la indiscreción de los muchachos. Alfredito sólo había oído repetir la frase típica pero sin saber de que se tra- taba, hasta un día en que por primera vez se quedó Tassara a comer en ca;sa, le par-eció oportuna la ocasión para satisfacer su curiosidad. -"¿Dígame señor Tassara qué significa aque- llo de "Moros en la costa?". . . Con más prontitud que pongo en escribirlo, le corté la palabra al muchacho, hablando de otra cosa; pero vimos a Tassara enrojecer y mirarnos asusta- do, aunque sin conte·s tar a la intempestiva pregunta. Muy mal empezaron las vacaciones de Alfredito cuando acababa de cumplir doce año1s: una fiebre tifoidea cogida quien sabe dónde, vino a desequilibrar nuestra vida. Ese mismo mal había sido el origen de la muerte de mi madre cuando ·en 1870 entraron los prusianos a Francia, de- jando una sombra de espanto en mi espíritu, el ·sólo oír su nombre. ¿Cómo me impresionaría cuando el doctor Flores nos di- j o ser esa misma enfermedad la de mi querido hijito? ... Pa- 1sado el primer momento, reuniendo mis energías, me eché en los brazos de Manuel, mi único refugio y él, consolándome me aseguró que entre los dos lo salvaríamos. Rechazando todo contacto con los demás por temor de contagiarlos, nos encerramos los dos sin alejarnos de él un solo momento a luchar hasta vencer el mal. El doctor mandó bañarlo tres veces al día y Manuel lo ca1·gaba en 1sus brazos para llevarlo a la tina, pues ya sus pier~ nas no lo sostenían.

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