Mi Manuel

- 337 - Inmens~ era esa cocina construída desde el tiempo del antiguo colegj o de niños de Isabel y ahor-a, de nuovo provis- ta de ollas repletas, para mantener a los h eridos. Tranquila- mente se 1 paseó en ella el caballito y desde entonces repitió to- dos los días la visita, ll0gando a tomar tal confianza con la cocinera, que hasta destapaba las ollas con la boca buscando la del arroz que era la de BU preferencia. A todos les hizo gracia .su sabiduría y hasta los frailes Des- calzos, verdaderos amos de la casa, sin duda recordando a su bondadoso fundador San Francisco, ordenaron que no se le molestase. Toda.s esas cosas nos contaba Isabel, mientra:s' Alfredito, montado en el caballo blanco, alegre y contento corrí~ por la huerta. Viéndolo más adiestrado y a sus ruegos, le permitimos salir a la calle, acompañándolo nosotros camino de Amancaes. Ansiosamente esperaba el muchacho los jueves, y domin- gos para ir a la huerta, llevándole golosinas a su querido ca- ballo que mansamente comía en su mano. Un día nos dijo Isabel quererlo vender y al preguntarle ¿en cuánto? -"En treinta soles", nos contestó. rral angustia se pintó en los ojos de nuestro hijito, que en el acto conveni- mos con ella, en que él mi1smo :se lo compraría con su pro- pia plata. Desde entonces Alfredito juntó sus propinas para reunir esa suma, riéndonos nosotros de lo ahorrativo y sacrón que se había vuelto. Hasta que un día al ir como siempre, bajamos del tran- vía y ·entró corriendo el muchacho a la huerta, mientras lo esperábamos en el camino. Muy risueña lo recibió Isabel, di- ciéndole que 1 entrara a sacar el caballo. En vano fué él al pesebre y lo buscó por toda la huerta., no lo encontró. Volviendo a la sala le dij o entonces Isabel:- "Ay hijo lo vendí, ya tardaba,s en traerme la pl a. ta". Sin oírle más, salió como loco el muchacho, llegando donde nos- otros, llorando desesperado. -"¡Lo vendió, lo vendió!". . . re- petía inconsolable. Fué la primera pena grande de su vida; yo, sin poderlo consolar lloraba también y los tres regresamos tristemente a la casa. -"Es venganza de los frailes", dijo Manuel, pues jus-

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