Mi Manuel

- 324 - misma zumba. -"¡Yo también tiene mi rico, más grande, me- jor que el tuyo"... Y ambos palanganeando, se lo enseñaban con igual disfuerzo antes de comerlo. Pasaron estO's últimos seis meses del año 1899, obteniendo a.1 final su certificado para entrar a Media como me lo había propuesto. Pero al terminar el año escolar, también nos avisaron los directores del Anglo-Al·emán que cerraban el plantel por ra- zones económicas y de nuevo se nos presentó el problema de buscar otro colegio. En esas circunstancias vino a casa don Enrique Barreda, antiguo amigo de Manuel, a solicitarle que pusiera a Alfredo en un colegio fomentado por un núcleo de padres de familia, quienes habían contratado desde Alemania a un profesor: Her Carlos Licher, junto con un grupo escogido de profesores na- cionales, formando el nuevo "Instituto de Lima". Muy a tiem- po llegaba la proposición del señor Barreda para resolver · el conflicto de sustraer a Alfredo de la enseñanza ·especialmente católica que dominaba en casi todos los colegios de Lima. Días después Manuel aceptó y firmó el contrato. Como siempre al acercarse el Año Nuevo, siguiendo la costumbr·e de Francia, donde es el día más festejado de todos, estuve cavilando para saber que regalarle a nuestro hijito. Era difícil la elección, pues como muchacho engreído, era ya dueño de cuanto se le antojaba en materia de juguetes pro- porcionados a su edad . Bien nos conocía don Francisco del Campo, dueño de la juguetería de Plateros de San Pedro, don- de cada vez que pasábamos era obligada paseana para dae "sólo un vistazo" a las novedades y luego después, convencer- me de la necesidad de comprárselas; pero ya se hacía cada día más difícil contentarlo, pues a medida que crecía ·el mucha- cho, se cercenaban sus gustos infantiles, aumentando sus exi- gencias. Así para ese Año Nuevo, nada me pareció mejor que una maquinita de imprimir tarjetas , con su pr·ensa, su rollo y unos cuantos tipos; "el juguete más serio", me recalcó del Campo, para decidirme a comprarlo. También a Manuel le gustó la maquinita ofreciéndose a enseñarle su manejo, pues como a todo escritor le era familiar lo tocante a imprenta. Pronto adquirió destreza el discípulo y

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