Mi Manuel
- 321 - trapo de sus tres años ; pero se cortó al fijar.se que había una persona extraña con nosotros y se. la quedó mirando un rato. Verdad que tal vez la chiquilla interrumpió una sabia diserta- ción sobre la "Espencerina" y fastidiado don Gabino, alargando su bastón que tenía en la mano, le empujó ligeramente los pies: -"Safa, safa perrito". . . le dij o impacientado. Esas palabra:s 1 resonaron muy duras en el corazón de, la pobre chica, hiriéndola profundamente, haciendo pucheros y retrocediendo, sin dejarlo de mirar. E:stando ya 'ª la mitad del patio la ví volver muy decidida y entrando de nuevo a la sala se le cuadró por delante y mirándolo fijamente le dij o: -"Fe- yo!" .... , retirándose luego satisfecha. La escena pasó rápida pero la palabra fué mata.dora para la vanidad de don Gabino, hiriéndolo en la noble. Nada contestó, ni nosotros dijimos na- da para disculparla, saboreando Manuel y yo en nuestros adentros, la merecida venganza al ofens 1 ivo trato. Si sus trabajos en Europa le habían ganado mucha fama) no le habían dado dinero a nuestro sabio amigo Pacheco Ze·- garra y se moría de hambre en Lima, iespe.ranzado en que Ro- maña le diese un destino como se lo había ofrecido al subir al poder. Efectivamente lo nombró Jefe de la estadística de la Aduana del Callao. Pero ya agotado por las privaciones, pron- to se enfermó, sin poder seguir la pesada labor y tuvo que abandonarla. Desde que lo conocíamos, nos contaba de sus dudas y fre- cuente·s alternativas de incredulidad y de misticismo católico; muy quejoso contra sí mismo, de su fe peleando continuamen- te con su propia razón. Daba pena oírle confesar su debilidad mental y cuando lo veíamos llegar, Manuel riéndose me decía siempre: -"¿Qué ideas dominarán hoy en la conciencia de don Gabino.?" ... El mismo con frecuencia me· decía, pues creo que tenía. un po- co ele vergüenza en confesarlo delante de Manuel: -"Lo úni- co que quiero es morirme en una de esas ráfagas de fe y con- fiesarme". Me.ses después justamente fué así; tenía un ahijado cuz- queño fraile en los Descalzos, que vino a cuidarlo en cuanto lo supo enfermo y lo confesó. También el doctor don Neme- oio Vargas ferviente. católico, muy amigo ·suyo y nuestro, lo acompañó en sus últimos días, nombrándolo su albacea de los
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