Mi Manuel

-- 318 - que no se llevaJ)a también a la perra, "a quien de seguro asen- taría mucho una temporadita fuera de Lima". Alfredito en el acto aceptó el ofrecimiento y vino a pedir- me llevarla con nosotros. Primero me negué, pero viendo que tanto lo contentaba y comprendiendo que sus dueñas querían deshacerse 1de la pobre perra, dándome lástima la. acepté; uno de los carreteros se ofreció a llevarla consigo y cuidarla por el camino. Cuando por la tarde llegamos a la nueva casa ella fué la primera en venirnos a recibir ya muy instalada y pareciendo muy satisfecha de su cambio de amos. Fué desde ·entonces la ínse.parable compañera de Alfredito, siguiéndolo a todas par- tes, completamente integrada a la familia. Y de nuevo como cuando recién casados, volvimos a em- prender grande paseos por el campo, alternando en ir por todos los alrededores. Llevábamos también a la hijita de. la cocine- ra y por delante corrían los dos muchacho.s y la perrita, nosotros siguiéndolos, contentos de verlos tan felices los tres. Muchos amigos de Lima nos venían a ver: el imprescin- dible Gamarra el más fiel amigo de Manuel, también con gran extrañeza nuestra Carlos G. Amézaga, uno de los ex-miembros fundadore s de la Unión Nacional, ahora muy admirador de Piérola, disfrutando de la gran fortuna de su muj-er, una rica viuda, italiana muy devota. Hasta burla me pareció que nos viniese a ver y sin querer me comía la lengua por dirigirle púazos referentes a su nue- va actitud. Manuel tenía veneración por su padre don Maria- no Amézaga, que había sido su maestro de. literatura en San Carlos, un modelo de honradez y hasta había escrito sobre él elogiándolo. Por eso al hablar y decirnos que "el imbécil de su padre" no había sabido actuar en el medio, ni ganar dine- ro, me creí con el derecho de interrumpirlo y decirle· que "por ese imbécil" era él quien era y debía tener muy a honra llevar su apellido. Yo sabía tener toda la simpatía de· Manuel al de- fender a su viejo maestro y don Carlos dándose cuenta, aun- que idesagradablemente sorprendido, no se atrevió a protestar de mis palabras y seguimos conversando. Pero al querer disculparse de su cambio de situación y decirnos esperar tener más dinero para volver a la Unión Na- cjona1, ya otra vez lo interrumpí y dejándome llevar de mi mal

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