Mi Manuel
- 315 - hoy una colectiyjdad que, por una serie de lances personale·s o vías de hecho, impusiera silencio a los hombres que hablan o escriben con entera libertad". Y por segunda vez quedaban burla1das las tentativas de venganza del señor Piérola; hasta que recurrió a la definitiva, de la que se valen todos lo,s. tiranuelos: ·en amordazar a los es- critores suprimiendo la libertad de escribir, clausurando pe- riódicos. Más que nunca Jos hechos daban la razón a lo que decía Manuel y todos callaban ante los abusos. Una última tentativa de la Liga de Libres Pensadores pu- so en completo descubierto que el gobierno no dejaría ya ha- blar a Manuel: Habiéndolo invita.do a dar una conferencia en e] Teatro Politeama, es·e día la policía puso guardias monta- das en las esquinas del local, con orden terminante del Comi- sario de no dejar a nadie entrar al Teatro. A pesar de esas luchas políticas que a ratos turbaban nues- tra tranquilidad, pasaba feliz nuestra vida, sostenida en nues- tro constante cariño y la presencia de nuestro hijito que la completaba. Para librarlo de esas pesadas horas de colegio a que obli- gan a los niños, justamente cuando el ejercicio es lo más ne-· cesario a su 1salud, me propus.e enseñarle yo misma las prime- ras nociones. Y cosa rara en esa ·edad, le gustaba estudiar, sien- do él quien me recordaba la hora, trayéndome su libro, cuan- do por casualidad la olvidaba.. Y así durante un año lo fami- liaricé con las cuatro operaciones de la aritmética, un compen- dio de Historia del Perú y algo de gramática castellana aun- que a Manuel no le gustaba le enseñara cosas que aun no po- día comprender. Por ese mismo motivo estaban igualmente ex- chiídas de mis enseñianzas, la Historia Santa y .el Catecismo. Un paseo diario, los tres juntos, a que estaba acostumbrado desde Europa, completaba nuestro sistema de educación. En fin para entretenerlo tenía unos cuantos amiguitos con quienes compartía sus juegos. Juanita ·se había casado duran- te nuestra ausencia con el señor Thomann que después fué Cónsul de Suiza; ya tenían un hijito de tres años, Quinina, como se decía él mismo y lo llamábamos también. Las hijitas del doctor Zapata nuestro médico, venían también y entre to- dos llenaban la casa con ,sus carreras y juegos bulliciosos. J) .
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