Mi Manuel

- 314 - Una de las cláusulas de la queja que presentaban incluía "el derecho a todos los artesanos de retar a Manuel de uno en uno, hasta matarlo, para lavar con su sangre la ofensa infe- -rida a la corporación". Esa sola enormidad bastaba para r ecalcar la. injusta re- 1 clamación y así lo juzgaron los padrinos de Manuel al firmar 1.Bl acta negando que hubiese lugar a duelo. Mientras tenían lugar esos trámites, muchos venían para -manifestar a Manuel su simpatía firmando entusiastas actas de protesta. Con mucho ~sigilo habían arr-eglado todo esos asuntos pa- ra que yo no me enterara, temiendo que me alarmase como en efecto suce.dió, cuando noté silencios sospechosos ante mí, Jrecuentes e inexplicables entradas y salidas. Interrogué a Manuel quien me negó rotundamente ocu- rriese nada, poniéndome más nerviosa su fingida y completa. .calma, pues yo bien notaba que algo raro pasaba. -"Bueno . ' le dije ya veré; .al primero en presentarse le ·sacaré la verdad 1 '. Y a.sí fué: llegó Federico Bucchame.r uno de los más sinceros .amigos de Manuel. -"¿Y en qué queda el duelo?, le dije sen- -cillamente. fingiendo saberlo todo . Y como siempre pegó am- pliamente el viejo estratagema; ".sacar de mentira verdad". Me contó no estar todavía terminados los arreglos y que él ve- nia justamente a ofrecer sus servicioiS. Yo sin oírle más corrí donde Manuel y abrazándolo le juré que no lo dejaría batir- se. -"¿Cómo voy a dejar que estos miserables te maten?", le repetía, sollozando en sus brazos. Entonce.s me explicó estar todo en vías de arreglo y no creer que tuviese lugar el duelo, .siendo tan absurdas las condiciones impuestas que nadie po- día admitirlas, explicándome todo lo dicho anteriormente. Ya más tranquila lo escuché, prometiéndome no sepa.rarme de él un momento, pues yo no concebía ser su deber sacrifi- car su vida por ha.her hablado honradamente la verdad. Asi como lo preveían terminó todo pacíficamente y siendo ya del dominio público, Manuel mandó esta nota aclaratoria a los diarios: -"A cívicos, civilistas, constitucionales, a medio Pe- rú en fin, le reconozco el der.e.cho de clamar contra mí; se lo niego al obrero, al hombre que vive del trabajo honrado. En iel Perú vivimos sujetos al capricho de autoridades más o me- nos ilegales, y buenos quedaríamos si de la Nación surgiera

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