Mi Manuel
- 310 - Ya por toda la casa no se oía más que el ruído del sabl~ arrastrado por cuartos y pasadizos. No sé como podía cargar el pesado rifle, pero no se s-epa.raba de él más que para dor- mir. Todas las noches lo colgaba a la cabecera de su catre junto con la espada; dándonos risa ver dormir bajo la pro- tección de sus armas, a ese valiente guerrero de siete años. Otra de las grandeis1 distracciones de Alfredito era ir a jugar a la huerta de su tía Isabel donde podía corretear a sus anchas ·en toda :su extensión, pues ya no tenía el colegio de niñO's. Un buen día los muchachos aprovechando de un des- cuido del profesor, en un acto de inocente travesura y sin pre- veer la mala consecuencia para ellos mismos, se e.scaparon tddos a la calle. Los fraües aprovechando del suceso, le prohibieron a Isabel volverlos a recibir. Muchas lágrimas y ruegos inútiles, . le costaron a la pobre ilusa querer tenerlos otra vez. Fueron inflexibles los reverendos pues no les convenía continuara ven- diendo a trozos la huerta que les tenía prometido darles des- pués de su muerte, aumentándose ca.da día más los gasto.s pa- ra sostener el colegio. De nuevo su casa volvió a ·ser la segunda sacristía del convento, únicamente dedicada al 1servicio de los s 1 antos pa- dres; y ·ella, la orgullosa y aristocrática dama que nunca obe- deció ni siquiera a sus padres, sumisa se sometió a la volun- tad de ellos, atendiéndolos con humildad de sierva. La huerta ofrecía grandes recursos a Alfredito para ju- gar; aunque algo descuidada ya sin las ricas fruta1s de an- tes, pues el jardinero don Tomás, que compartía sus funcio- nes de hortelano con las ;de sacristán, cultivaba un tercer ar- te: 1 el de las copas, al que dedicaba la mayor parte de su tiem-· po, siendo su pobre mujer la primera víctima de su vicio. También Nicolasa la cocinera de Isabel abría amplios horizontes a la gula de nuestro hijito, pues críada en conven- to y luego cociner a del A rzobi1spo Monseñor García Naranjo hacía maravillosos dul c.es que a menudo obsequiaba al "niño Alfredito", quien mucho los apreciaba. Mis amigas las Antadillas ya no estaban en la huerta al lado de Isabel, dueñas ahora de una gran fortuna vivían so- las .en su regia crusa tde la calle de la Coca. Habían heredado de la señora Dolor·es A·eta amiga de Isabel y como ella adicta
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