Mi Manuel

- 304 - muchacho al verse tan rodeado; en medio de nuestros amigos fiieles, los que aun tenían fe en nuestrorS ideales. También esta- ba Ricardo la Rosa nuestro primo, derS,eoso de conocer a su so- brino. Lo primero que vimos al llegar al Callao fué la estatua de Miguel Grau: "de pie ,señalando el Sur" como lo concibió Ma- nuel al hacer su panegírico, para recordar en -su gesto mudo ' el deber de todo corazón peruano. Temprano con Manuel volviendo los ojos atrás de nues- tra propia vida, habíamos dedicado un pensamiento a su ma.. dre en el undécimo aniversario de su muerte en igual fecha ' ' pues era "Dos de Mayo": de feliz recuerdo para la patria, estan- do las1calles del Callao abanderadas, pareciendo festejar nues- tro regres.o. Al llegar a Lima la primera impresión fué de extrañeza al ver los pisos bajos y los techos planos de lais casas, acostum- brados a las alturas de las de Europa. Luego llegamos delante de nuestra casa de la Puerta Falsa del Teatro, que tantas veces habíamos recordado durante. nuestra ausencia. -"¿Te gusta tu casa?", le pregunté a mi hijito al pisar el umbral. Echó una mirada a su alrededor y con alegría volteándo.se me abrazó :- "Mucho, mucho, muchísimo repetía, al mismo tiempo que re- sonaban sus besos en mis mejillas, repercutiendo en mi co- razón, como campanas. tocando a "Gloria". Allí en la .sala estaba Isabel esperándonos; abrazó a mi hijito callada, aunqu:e comprendí que una pregunta le quema- bü los labios, respecto a su bautismo, no la formuló. Y fué ca- riñosa con él, admirando lo grande y fuerte que era por sus seis años. El también la miraba. sorprendido de esa manta que ella usaba y ·sin duda fijándose en su gran parecido con su padre: el mismo color de ojos, su misma mirada tranquila, algo soñadora y ausente a ratos. Luego pasamos al comedor, ya nos esperaba rel almuerzo y otria vez nos sentamos con los mismos amigos preferidos de antes, sólo contando ellos con un amigo más: nuestro queri- do hijito. Después, lo llevé a conocer la casa: su cuarto, junto al nuestro, con el catre de bronce que había sido de su padre cuando soltero, donde dormiría él ahora; el callejón a todo lo

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