Mi Manuel
- 301- bables su ruidosa ma:sticación. Y la escena se repetía cuatro veces al día bajo el preeepto de "santa obediencia". Luego an- tes de acostarse el Guardián o prior de ·ellos, el padre Pérez sentado en la puerta de su camarote alargando ligeramente el pie, se los ofrecía a besar como en Roma el Papa a los fieles, ''su mula" o sandalia. Todo iel resto del día, se les veía vagando por ·el buque ro- sario ·en mano, conversando entre ellos beatíficamente. También algunos frailes entre los más jóvenes subían a cubierta y con los demás pasajeros jugaban al tejo, con ma- gistral destreza, ganando a todos. Una mañana se me pnesentó Alfredito COf!. una medalla de la Virgen colgándole del cuello: -"Mira, me dij o muy 1satisfe- fecho, lo que me ha dado el padr 1 e". Yo sin darle ·explicación, le quité la medalla. Al otro día s.e repitió la misma escena y durante varios más, los dos nos mantuvimos incansables, él en ponerle, yo en suprimírsela. Era el mismo padre Pérez que quería ganar la voluntad del niño, diciéndole también ser muy amigo de ·su tía Isabel y le contaría haber viajado con su so- brino. Yo viendo "qu'il s'enhardissaif 1 , lB prohibí al chico vol- verle a hablar. Por un poco de curiosidad y nrncho dB lástima, fuí a la tercera clase para hablar con los muchachos que venían pró- fugos de· su patria y desdB lejos veíamos tristone:s., sentados sin jugar. Acercándome a uno de ellos le. p~egunté con quién ve- nían. -"Con los padres franciscanos", me conteis.tó el niño.- "¿ Y tú qui·eres ser fraile?", le seguf preguntando con tono de reproche. -"No sé, señora, yo y mis compañe·ros v.enimos por la voluntad dB nuestras. madres rnrn nos mandan por no ser soldados. Comprendí' que no habían abandona;do voluntaria- mente sus hogareiS. ¿Qué puede: saber de la vida a esa ·edad, para r.enunciar a ·ella? Eran sacrificados por la ignorancia de sus madres o tal vez por su codicia, pues hay rdos caminos en Eispaña, abiertos para vivir bien sin trabajar mucho: ser frai- le o torero. Ambos para explotar dos vicios netamente espa- ñoles, el fanatismo y la crueldad. Un año después más o menos, supimos por casualidad que varios de esos muchR0hos, tal vez por no someterse a la dura regla franciscana o renunciando los frailes a domi ' iarlos,
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