Mi Manuel

- 300 - belleza natural, si bien para facilitar el paso de la civilización. Era un hormigueo de hombres trabajando con poderosa;s, má- quinas perfeccionadas 1 por el progr·eso americano. Habían sa- neado toda la zona, secado los pantanos• mortíferos; protegido con tela metálica puerta,s y v!entanas de las habitaciones, in- terceptando la ·entrada de los insectos trasmisores de las fiebres palúdicas. El mi·smo Panamá era otro y aunque no tuvimos tiempo de recorr.er sus1nuevas calles, sólo la iglesia rieconocimos de le- j o.s, inmutable como su fo, conservando 1su viejo aspecto colo- nial-español. Nuestro nuevo vapor el "Aconcagua" nos esperaba listo a partir, Alfredito a pesar de sentirse en su ca!Sa desde que pisó el buque, ya extrañó "le1s caj oleri 1 es" de su.si viejos amigos del "Saint Laurent". Sin gran .sorpresa pues ya nos lo figurábamos, encontra- mos ailí "la caterva de frailes", como los designó Alfr.edito, al verlos desembarcar. IIa:sta conocíamos de nombre al que los dirigía, como nuevo capitán del místico batallón: era ·el padre Esteban Pérez fraile descalzo, muy conocido en Lima por su atrabiliaria intransigencia. Venía con unos veinte más ya ague- rridos y sumisos en apariencia, pero con el 1 espíritu luchador que distingue la orden franciscana. Además traían de Eispaña una rL~mesa de chiquillos de doce a catorce años, reclutas embarcados para escapar del servicio militar que a su edad iba pronto hacerlos aptos a ser enrolados. Los frailes vetera- nos venían en primera, junto con no·sotros, ocupando cómo- dos camarotes, mientras los muchachos iban apiñados en la tercera clase, más o menos bien tratado.s 1. Desde los primeros. días, en esa ociosidad que caracteriza la vida de a bordo, nos fijamos en nuestros vecino1s1de "hábito y cordón", pasando continuamente delante de nue.stro camaro- te; de uno en uno "a la file indienne" yendo al comedor, des- de la primera llamada. Acostumbrados a obedecer al toque de la campana conventual, aparecían como movidos por un re- sorte. Allí ocupaban una larga mesa y desde la entrada se oía el ruido que hacían al comer. Eran la risa de todos, pero ellos, tal vez sin darse cuenta acostumbrados a oírse, ·seguían hnpertur-

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