Mi Manuel

- 299 - yectiles contra los vidrios de cada balcón destrozándolos. Causó estupor en el vecindario el original ataque, nadi·e pensó en mo- jarlos esta vez; has~a que agotadas· las municiones, vengados y satisfechos regresaron a bordo, guardando eterno recuerdo de los "Carnavales en Lima". Por las mañanas nos pas:eábamos por los muelles, viendo llegar los buques, llamándonos particularmente la atención el "San Agustín" por venir de España. Nos interesó asistir al desembarque de sus pasajeros, constatando que la mayor par- te eran frailes descalzos. "¡De ·s 1 eguro, dij o Manuel, que este es un nuevo contingente civilizador para el Perú!" ... Y nos ale- j~mos malamente impresionados. Continuando nuestro paseo nos llamaron la atención unas. rondanas de lata ensartadas en los gruesos cables que sujetan los buques a la tierra. En la tar- de cuando vinieron nuestros amigos a pasear, Alfredito les contó haber visto desembarcar "une tapée de curés", haciéndo- les gracia el término en la boca de un chiquillo y luego les pre- guntó ¿para qué ponían esas latas a los cablie1s.? Le ·explicaron ser barreras infranqueables para las ratas, que tenían la gran maña o sabiduría de pasarse por ellos al vapor. Al oírlos y uniendo la comparación con la venida de los frailes, muy des- pacio me dij o Manuel: -"¿Cuándo inventarán igual barrera para contener la avalancha de tanto fraile. . . peor que la de las ratas?" ... Pregunta que hasta hoy queda sin res.puesta ... Cuando al atardecer regresábamos del paseo, insistían ca- da vez nuestros amigos en que subiéramos a comer a bordo, casi siempre aceptábamos, gustos0is1 en pasar con ellos estas últimas horas del día, que pronto serían también las de la de- finitiva g.eparación, al romperse este pequeño lazo que toda- vía nos unía a Francia. Nos despedimos proponiéndonos volvernos a ver cuando concluído el Canal, seguirían hasta el Callao, los vapores de la Compagnie Transatlantique. Al seguir viaje a Panamá vimos que había cambiado com- pletamente el aspecto del istmo. Ya no ·era la selva agreste que tanto había yo admirado cuando chiquilla la atravesé por prime- ra vez con mi padre, ni siquiera cuando la pasamos con Ma- nuel siete años antes. Por todos los lados ,se veía que la mano del hombre había intervenido, afeándola, quitándole toda su

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