Mi Manuel

- 298 - . recuerdo que toqué uno con la punta de mi sombrilla, el ani- mal estaba de muda, blandísitno, lo que yo no esperaba y sin querer lo atraw~sé de par en par. Un gesto repulsivo me hizo soltar al pobre animal así herido; a pesar :de su andar semi- rengo y ladeado, pudo desaparecer apurado hacia el mar. También venía el gran amigo de Alfredito, el doctor Potel teniendo aún visible la cicatriz, r 1 ecuerdo del terrible escape de la Guaira. No se soltaban de la mano yendo siempre adelante ' "les éclai~eurs" los llamábamos por su continuo afán de ver todo primero que nadie, pareciendo un par de chicos los dos. Luego los seguía 1siempre atrás, casi sin poderlos alcanzar, el Comisario Lhardi, cuyo apellido desdecía completamente de su carácter, siendo el hombre más tímido que pisara la tierra. A bordo era el encargado de distribuir los víveres. Muy amigo de Alfredito, lo t·enía siempre con lo.s bolsillos llenos de golosinas: galletas, caramelos, chocolates muy a escondidas mías, pues temía yo que le hicies 1 en daño y se los quitaba. En fin atrás cerrando la marcha veníamos Manuel y yo con el segundo Comandante del "Saint Laurent", al que nos inte1~esaba siempre oír contar sus viajes por el mundo. Al· em- pezar su carrera do marino o bordo de un crucero francés, ha- bía estado en Lima, de la que guardaba un recuerdo original. Llegando ·SU buque al Callao, el ministro francés había invita- do los oficiales a comer en la Legación. Muy acicalados, vesti- dos de blanco, pulcrísimos·, bajaron a, tierra, dirigiéndose a la Legación. Llegando a Lima y después de andar unas cuantas cuadras, de todos los balcones les aventaron agua sucia y cas- carones .de: huevo mal olientes. Sorprendidos y furiosos les ex- plicaron que siendo día de carnaval no podían enojarse, por ser a.sí la costumbre de jugar mojando a, 101s1 transeúntes. No queriendo presentarse ante el Ministro de Francia en tan feo estado, optaron por regresar a bordo fastidiados de haber "manqué" la amable invitación. Pero el carnaval dura tres días y "la venganza es plato que debe comerse frío", decían los antiguos. Al otro día hicieron ·endurecer quinientos huevos y lle- vándoselos en canastas con dos de los marineros, emprendie- ron de nuevo viaje para Lima. Pasando por las mismas calles de la víspera y con aeertada puntería lanzaron sus nuevos pro-

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