Mi Manuel

- 292 - zando con ellos· a cada paso; mi hijito umco nmo a bordo, movedizo y travieso, era amigo de todos indistintamente; yo no podía impedir que esa señqrita al pasar le hióese cari- ño, ni yo dejar de contestar a su saludo, sin darme por en- tendida de la mala impresión que les hacía a otras personas. Los hombres por el contrario eran muy amables con ella, for- mándol e una especie de corte de honor, siguiéndola a todas partes, ocasionando mayor resentimiento a las muchachas que por ella se veían privadas de esas atenciones y cortesías mas- culinas que agradan a las1 más. Al llegar a Fort de France, desembarcamos· para conocer la ciudad y también huyendo de ese polvo del carbón que du- rante todo el día iba a cargar el vapor y es tan sutil y pene- trante que invade todo, como nos lo avisaron anticipadamen- te. Eran negras que se dedicaban a ese trabajo cargando el carbón en canastas sobre sus cabezas. Por mucho tiempo conservamos una tarjeta postal que nos las recordaba ·en esa típica faena. Mucho no·s1 habían recomendado ir mientras a visitar al negro Behanzín, el antiguo rey del Dahomay, preso y deste- rrado allí por los franceses después de conquistar su r·eino y destronarlo. Vivía recluído en una antigua fortaleza, situada en el al- to de una colina, de donde percibía el mar a lo lej 01s, pero sin esperanzas de recobrar nunca su libertad. Pierre, un hijo de Behanzín, muchacho de unos diez y siete años, viajaba también con nosotros en el "Saint Lau- rent" , venía a visitar a su padre y después regresaría a Fran- cia para seguir sus estudios, según decía. A bordo todos lo trataban con mucha consideración, a pesar de ser negro y destronado, todavía les inspiraba sumo respeto "el hijo de un rey". A bordo mismo, antes de bajar, compramos una caja de cigarros 1si·endo según nos dijeron, el mejor regalo que le po- díamos llevar al infeliz prisionero. Tomamos un coche que serpenteando el cerrito, nos lle- vó hasta la cumbre, donde condescendientes centinelas nos dejaron pasar el umbral de la prisión.