Mi Manuel
XXVI REGRESO AL PERU. Linda resultaba la travesía en esos primeros días· de la Primavera : sin frío, con un sol templado en un mar tranqui- lo y sereno, sin el más leve malestar; llegamos a la Marti- nica en el tiempo legal de· la distancia. Con nosotros venía una familia francesa: Monsieur Vi- vien, un hijo hombre y cuatro niñas grandes. De luto riguro- soso por la reciente muerte de su esposa, Bstaba algo taci- turno el pobre viudo; no así las hijas que se afanaban en sa- carme de noche a pasear con ellas en la cubierta, no conci- biendo que yo prefiriera quedarme tranquilamente sentada al lado de Manuel. El padre iba a ocupar el puesto de· Goberna- dor de la .Martinica con residencia en Saint Pierre la capital y tenían pena las niñas de haber abandonado París, para ve- nir a vivir en esa especie de destierro. Años después, en 1902, cuando ocurrió la espantosa ca- tástrofe de la "Montagne Pelée" que arruinó toda esa región, con mucha pena recordaba a mis pobres amigas que segura- mente perecerían entonces, pues sólo se salvó un negro pre- so en un ealabozo subterráneo, donde no le llegó y asfixió la ceniza como a los demás habitantes del lugar. A bordo también venía una señorita Lea, que viajaba so- la, yendo a Caracas según decía, a encontrarse con un anti- guo amigo suyo. Era algo original esa señorita en sus mo- dales, coquetona y muy elegante, no gustaba a mis amigas que rehuían de mirarla v sobre todo saludarla. Allí es muy difícil evitar de encontra"rse con los demás pasajeros, trope-
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